jueves, 15 de octubre de 2009

LITERATURA ITALIANA



Literatura italiana

1.

Introducción
Literatura italiana, literatura escrita en lengua italiana desde el siglo XIII, aproximadamente, hasta nuestros días.
2.

Edad media
Antes del siglo XIII, el lenguaje literario de Italia era el latín, que fue utilizado para la redacción de crónicas, poemas históricos, leyendas heroicas, vidas de santos, poemas religiosos y trabajos didácticos y científicos. Además de quienes utilizaban el latín, había numerosos escritores que se expresaban en francés o en provenzal, la lengua de Provenza, región del sur de Francia, y que tomaban prestadas de otras lenguas las estructuras de los versos y los temas de sus composiciones. Entre las distintas formas poéticas, la más extendida era la canción provenzal. Entre los temas literarios, los más frecuentes eran los relacionados con las hazañas de los héroes de la antigüedad, los caballeros del rey Arturo y los paladines de Carlomagno. Las gestas de Carlomagno aparecieron en lengua vernácula franco-veneciana, y fueron ulteriormente latinizados en Toscana. Estos textos, además de atraer la atención por parte de los lectores, suministraron inagotables temas de caballería a las generaciones siguientes de poetas italianos. 









1.

Siglo XIII y comienzos del XIV
Los primeros textos poéticos escritos en lengua italiana fueron los de la llamada escuela siciliana, en estrecho contacto con la corte de Federico II y de su hijo Manfredo, emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, ambos de la familia Hohenstaufen, de origen germano, aunque establecidos en Sicilia, sur de Italia, con el fin de administrar mejor sus posesiones en esa parte de su Imperio. Bajo la influencia árabe, Sicilia se convirtió en uno de los centros importantes de cultura de la Europa del siglo XIII. La poesía de la escuela siciliana, a pesar de estar escrita en italiano, no poseía carácter de literatura nacional. Se trataba, por lo general, de una poesía de amor cortés, que seguía muy de cerca, a veces hasta demasiado, y de un modo bastante torpe, los cánones de la poesía provenzal en auge en ese momento. Pertenecieron a esta escuela poetas de la talla de Giacomo Pugliese y Rinaldo d’Aquino.
Después de la caída de la dinastía Hohenstaufen, en 1254, el centro de la poesía italiana se trasladó a dos ciudades: Arezzo, conocida por el trabajo que en ella desarrolló Guittone d’Arezzo, y Bolonia, ciudad del innovador Guido Guinizelli. Guittone d’Arezzo y sus seguidores produjeron poca poesía digna de mención, mientras que Guinizelli creó el Dolce Stil Nuovo, una expresión utilizada por Dante en la Divina Comedia para describir el delicado lenguaje necesario para escribir poesías de amor. Los poetas seguidores de este estilo no escriben sobre el amor cortés de la tradición provenzal o siciliana, en aquel entonces un concepto ampliamente extendido, sino sobre un amor de tipo platónico, en el cual el atractivo de la amada despierta en el poeta sentimientos espirituales e ilumina su alma para comprender la belleza divina. El más importante de los poetas italianos, Dante Alighieri, quien admiraba a Guinizelli, escribió su primer libro de poemas, una obra maestra de la literatura italiana del siglo XIII, La vita nuova (Vida nueva, 1292), siguiendo el “nuevo estilo”. En este libro, la prosa narrativa se alterna con fragmentos en verso para describir el idealizado amor del poeta hacia su adorada Beatriz. Dante, al igual que los demás poetas del Dolce Stil Nuovo, en especial Guido Cavalcanti y Cino da Pistoia, contribuyó a hacer de su época una de las más fructíferas e interesantes de la literatura italiana.
Por esos mismos años apareció otro estilo de poesía también muy característico e innovador, la poesía devocional que cultivó san Francisco de Asís, cuyo Cantico delle creature o Canticus creaturarum (Cántico de las criaturas) ensalza el amor que Dios siente hacia todos lo frutos de su Creación, y no sólo hacia los seres humanos. Estos sentimientos aparecen expresados con toda claridad en una colección de leyendas en verso, Fioretti di san Francesco (Las florecillas de san Francisco), basadas en la vida del santo de Asís. Durante todo el siglo fueron apareciendo otros poetas franciscanos, entre ellos uno con una imaginación dantesca, Jacopone da Todi, a quien se le atribuye el himno en latín más famoso de esta época, el Stabat Mater, así como la lauda dramática en lengua vulgar Donna del Paradiso.
El poeta por excelencia del trecento italiano (siglo XIV), Dante, es también una de las grandes figuras de la literatura universal. Admirable por la claridad de su pensamiento, la viveza y fluidez de su poesía, y la imaginación desbordante, fue uno de los poetas que más decididamente contribuyeron a establecer el italiano como lengua literaria, por su frecuente uso de la lengua vernácula en lugar del latín. De vulgari elocuentia (1304), aunque escrito en latín, es una encendida defensa del italiano como lengua apropiada para la literatura.
Los amplios conocimientos del poeta sobre la cultura de su tiempo le convirtieron en el principal intérprete de la sensibilidad y los ideales de la edad media europea. Así, su obra Il convivio, escrita durante los primeros años del siglo XIV, es casi una enciclopedia del saber europeo de la época. A su amplia erudición, Dante añadió las numerosas experiencias que le proporcionaron sus variadas actividades en el terreno de la vida pública, pues desempeñó el cargo de magistrado en Florencia y tomó parte activa en las polémicas y enfrentamientos de su ciudad. Sus convicciones políticas le llevaron al destierro y se reflejan en su tratado De Monarchia. Escrito en latín, en él defendía la constitución de un estado imperial que absorbiera los numerosos estados europeos enfrentados entre sí por conflictos regionales. Abogaba asimismo por la separación entre Iglesia y Estado, y por una justicia basada en las leyes del antiguo Imperio romano.
Comenzó a escribir su obra más importante, Divina Comedia, probablemente hacia 1307. La escribió en lengua vernácula con la intención de llegar a mucha gente y transmitir de un modo más directo y efectivo sus ideas. Se trata de un extenso poema que recurre a la filosofía y la teología de la época, en el que utiliza a conocidos personajes de los siglos XIII y XIV, y plantea las polémicas que surgían en aquellos tiempos. En su forma, es una visita guiada a través de los tres mundos de la teología medieval (Infierno, Purgatorio y Paraíso) en la cual los dos personajes que guían al poeta, protagonista de la obra, a través de estos mundos desconocidos son Beatriz, objeto de su adoración, que significa el saber teológico y revelado, y el poeta de la antigua Roma Virgilio, que representa el saber humano.
3.

Renacimiento
El renacimiento coincidió en Italia con un periodo de expansión económica, política y cultural. Las ciudades salieron de la etapa feudal (véase Feudalismo) y se convirtieron en importantes centros comerciales e industriales. Los dirigentes de cada una de las ciudades luchaban entre sí para aumentar su poder, conquistando otros territorios y estableciendo zonas de influencia alrededor de sus dominios. Algunas ciudades-estado, como Venecia y Génova, consiguieron crear extensas zonas comerciales en el Mediterráneo. Culturalmente, todo el periodo estuvo marcado por la búsqueda y el descubrimiento de manuscritos antiguos y por una nueva lectura de la literatura y la filosofía clásicas, que poco a poco se fueron revalorizando en toda Europa.
Muchas de las grandes figuras del primer renacimiento eran eruditos dedicados al estudio filosófico o a la traducción de los clásicos griegos y latinos. Recibieron el nombre de humanistas debido a su interés por el ser humano, y no tanto por los temas trascendentes que ocupaban a los eruditos de la edad media. Muchos de estos humanistas se inspiraron en las obras de Platón, al que dieron más valor que a su discípulo Aristóteles, contrariamente a la norma que había regido en el periodo anterior.
1.

El siglo XIV
Una de las figuras más importantes de comienzos del renacimiento fue el poeta y humanista Petrarca, introductor de una nueva sensibilidad, hasta entonces inédita, en la cultura europea. A diferencia de Dante y de otros escritores y pensadores medievales, como el filósofo escolástico Tomás de Aquino y el francés Pedro Abelardo, Petrarca no tenía ningún interés en reproducir sólo las enseñanzas de los escritores clásicos, sino que pretendía ir más allá, adoptando su mentalidad y creando obras con el mismo espíritu que les animó a ellos en su momento. Latinista de renombre, contribuyó definitivamente a reinstaurar el latín clásico como lenguaje literario y erudito, en sustitución del maltrecho latín medieval que había servido hasta entonces como vehículo de comunicación internacional y que comenzó a dejar de hablarse a partir de entonces.
A Petrarca se le suele describir como un “hombre moderno” por su reiterada afirmación de la individualidad de los seres humanos. Así, su De vita solitaria (1346-1356) y su De remediis utriusque fortunae (1354-1366) están considerados como los primeros ensayos de la historia de la cultura europea en que se expresó esta nueva actitud. También se le ha llamado “el primer nacionalista italiano”, en contraste con Dante, que fue un poeta universalista, pues deseaba que Italia se integrase en una estructura imperial europea. Para Petrarca, en cambio, Italia era la legítima heredera y sucesora de la antigua Roma, y opinaba que los distintos reinos y estados de Italia debían unirse para adoptar el papel que, como depositaria de la herencia del Imperio romano, le correspondía. Glorificó esta alta misión en su poema en latín África (1338?-1342?), para el cual toma como marco de referencia las Guerras Púnicas, que tuvieron lugar en la antigüedad entre Roma y Cartago.
Aun cuando las aportaciones de Petrarca en la recuperación de los ideales clásicos fueron decisivas, su faceta más importante es la de poeta lírico. Su Cancionero, una colección de sonetos dedicados a Laura, probablemente la dama francesa Laure de Noves, análoga a la Beatriz de Dante, toma como punto de partida una aproximación idealista al dolce stil nuovo, pero lo supera al introducir por primera vez en la historia de la literatura europea una gran intensidad de sentimientos. La primera colección de poemas debió completarla en 1336-1337, aunque siguió ampliándola y retocándola a lo largo de su vida.
Boccaccio, como Petrarca, era totalmente consciente de pertenecer a una época nueva y apasionante dentro de la cultura occidental. Recibió una gran influencia del poeta lírico pero, al contrario que éste, Boccaccio prefirió la narrativa a la poesía. Aunque ya dio muestras de talento en sus primeras historias, Il Filocolo (1336) y Elegía de madonna Fiammetta (1343-1344), su obra maestra fue Decamerón (1353). Se trata de una colección de cien cuentos para los que el autor se inspiró en la vida real y no en modelos literarios, como había ocurrido en toda la literatura escrita hasta entonces. Su argumento es el siguiente: un grupo de personajes, siete hombres y tres mujeres, que se han refugiado en una remota casa de campo huyendo de la peste que invadía Florencia, van narrando, a lo largo de diez días, una serie de curiosas historias, algunas cómicas, otras picantes, que les servirán para matar el tiempo durante su forzado encierro.
A diferencia de Petrarca, que fue amigo suyo, Boccaccio tuvo en alta consideración la obra de Dante. De hecho, sus últimas obras fueron una biografía y una serie de estudios en torno a la figura del autor de la Divina comedia. Uno de sus mayores méritos fue el de crear una larga serie de personajes muy característicos, y definidos con habilidad, que serían posteriormente utilizados por muchos autores.
Dante, Petrarca y Boccaccio fueron los primeros literatos italianos que utilizaron en sus escritos el dialecto toscano, que se hablaba en Florencia, Siena y otras ciudades del centro de Italia, y gracias al prestigio de sus obras consiguieron fijarlo como la lengua de cultura.
2.

Siglo XV
Durante el siglo XV se desarrolló un nuevo movimiento cultural denominado humanismo que sustituyó las concepciones medievales, situando al ser humano en el centro del universo y considerando la vida en la tierra como un periodo en el que el alma puede llegar a la plenitud. En el renacimiento aparecieron numerosos individuos a los que se les denominó “hombres universales”, es decir, artistas que alcanzaron la perfección en más de una disciplina. Artistas completos se pueden considerar el arquitecto, pintor y organista Leon Battista Alberti, y los conocidísimos Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. Esta universalidad intelectual fue característica también de muchos de los príncipes que gobernaron las ciudades italianas durante aquella brillante época. Entre ellos, el más destacado fue Lorenzo de Medici, miembro de la ilustre familia que gobernó en Florencia durante décadas. Lorenzo fue político y mecenas de las artes, así como poeta y crítico, dotado de exquisito gusto.
Angelo Poliziano, llamado Poliziano, está considerado como el poeta y humanista más destacado de este periodo. Su obra teatral en verso Orfeo (c. 1480) pasa por ser el primer drama importante de la historia del teatro italiano, y sus colecciones de poemas líricos son de extraordinaria calidad. Poliziano fue, además, un excelente erudito y traductor de textos de la Grecia clásica.
Durante este periodo se mantuvieron dos fuentes de inspiración que ya provenían de etapas anteriores: las gestas de caballería y la vida pastoril. Son destacables, entre las obras que continuaron la tradición de las primeras, Orlando enamorado (1483), de Matteo Maria Boiardo y, entre las pastoriles, Arcadia (1504), de Iacopo Sannazzaro, creaciones ambas que despertaron un gran interés en toda Europa. En su preocupación por los valores terrenales frente a los religiosos, los escritores del renacimiento fueron abandonando muchas de las ideas predominantes durante la edad media, e incluso los papas actuaron como mecenas de autores denominados paganos. Algunos de estos autores paganos, en especial el humanista Lorenzo Valla, a quien estuvo a punto de costarle la vida la divulgación de ciertos documentos bastante comprometedores sobre el Papado, llegaron a hablar de “escritores cristianos” con el fin de distinguirse de ellos. Los polémicos sermones y textos de Girolamo Savonarola trataban de contrarrestar esta corriente de paganismo financiada por la propia Iglesia. A la caída de los Medici, Savonarola instauró una república teocrática en Florencia, que duró poco menos de tres años. Abandonado por el pueblo y odiado por el papa Alejandro VI, impenitente protector de la cultura llamada pagana, Savonarola murió en la hoguera al considerársele reo de herejía.
3.

Siglo XVI
El renacimiento llegó a su plena consolidación en el siglo XVI. La lengua italiana, que había sido desechada durante siglos por los humanistas, preocupados más bien por los textos griegos y latinos clásicos, alcanzó una dignidad, hasta entonces negada, como lengua literaria. Pietro Bembo, autor que ejerció gran influencia en la literatura de la primera mitad del siglo, contribuyó decisivamente a colocar al italiano en esa situación. En sus tratados, especialmente en Prosas sobre la lengua vulgar, obra considerada como la primera gramática de la lengua italiana, ensalzó los escritos de Boccaccio y de Petrarca como modelos, respectivamente, de la prosa y la poesía italianas. Con sus Rimas, que imitan el estilo de Petrarca, marcó el comienzo del movimiento denominado “petrarquismo”. Pero Bembo no fue el único autor destacado del siglo. Junto a él se sitúan otros dos hombres de letras importantes: el filósofo de la política Nicolás Maquiavelo y el poeta Ludovico Ariosto.
El primero, a partir de sus experiencias como funcionario y diplomático al servicio de Florencia, desarrolló una concepción realista del poder que, a partir de entonces ha sido denominada “maquiavélica”. Su elaboradísimo El príncipe (1513), un análisis de las bases sobre las que se sustenta el ejercicio del poder político, formaba parte de un trabajo más amplio y ambicioso, su comentario a la Historia de Roma del historiador latino clásico Tito Livio. La “ley suprema”, según El príncipe, es “la preservación del Estado” por encima de cualquier otra obligación. El príncipe de Maquiavelo se anticipó a los llamados “déspotas ilustrados”, gobernantes bondadosos con el pueblo, pero que, sin embargo, mantenían un poder absoluto en sus dominios, a los que convirtieron en estados modernos. Las ideas del filósofo florentino partían de conceptos teocráticos medievales para adentrarse en consideraciones que presagiaban la moderna economía política. Algunos historiadores consideran la posibilidad de que, si sus ideas políticas se hubiesen llevado a la práctica en ese mismo siglo, quizá se habría podido crear una Italia unida bajo el mando de un solo gobernante, y, por lo tanto, se habría evitado que permaneciera dividida y dominada por españoles y franceses y más tarde austriacos. Además de este tratado, Maquiavelo escribió otro sobre el arte de la guerra, una historia de Florencia, una biografía (1520) del político y militar italiano Castruccio Castracane, numerosos poemas y varias obras de teatro, la más famosa de las cuales, La mandrágora (1524), es un amargo y pesimista análisis de los instintos humanos, realizado con los mismos métodos de investigación que ya aplicara a El príncipe.
Amigo de Maquiavelo, el historiador y político florentino Francesco Guicciardini escribió La historia de Italia, una obra sorprendente por su objetividad y su inteligente revisión de los asuntos y personajes que en ella aparecen y que se publicó póstumamente, entre 1561 y 1564. También escribió Ricordi politici (1576-1585), basándose en su vasta experiencia como alto cargo político de la ciudad de Florencia.
Otra de las figuras destacadas de este periodo es, como ya se ha dicho, Ludovico Ariosto, que representa la culminación de la poesía del cinquecento italiano. Su Orlando furioso (1516) es una obra intensa y original, concebida como la continuación del Orlando enamorado de Matteo Boiardo. Los acontecimientos que se relatan en él se desarrollan, como en su antecesora, durante el reinado de Carlomagno. En su caso, narra la batalla del emperador contra los sarracenos, escenario que sirve para unificar los distintos pasajes del texto, en el que se entremezclan aventuras, amores, magia, heroísmo, villanía, sentimiento trágico, sensualidad y hechos reales de su tiempo, elementos todos que conviven en una narración extremadamente brillante, salpicada en ocasiones de humor y fina ironía. Por todo ello y, en especial, por reflejar una profunda comprensión del espíritu humano, este poema épico merece recibir el título de obra maestra de la literatura universal.
Durante estos años vieron la luz, además, dos obras muy difundidas en su tiempo sobre el comportamiento caballeresco, que fueron muy bien recibidas en una época como ésta, de refinado cosmopolitismo. Se trata de El cortesano (1528), escrita por el diplomático Baldassare Castiglione, y traducida espléndidamente al español por Juan Boscán, y Galateo (1558), del sacerdote Giovanni della Casa. La primera de ellas es un tratado acerca de los buenos modales que debe observar un caballero, así como de las virtudes intelectuales que deben acompañarle. La segunda comparte con la anterior el interés por los buenos modales, e intenta situarlos en una amplia visión de la naturaleza humana.
Pero el culto a las buenas maneras, a la belleza y al refinamiento despertaron, además de un gran interés, una violenta reacción por parte de algunos autores, como Teófilo Folengo, quien en su épica burlesca Baldo (1517), lleva a cabo una parodia sumamente ácida y en ocasiones vulgar del mundo de la caballería y las letras. Escrita en latín macarrónico, una variedad cómica del latín erudito, constituye una despiadada sátira de las ideas y costumbres de su época, que inspiró, entre otros muchos, al escritor francés François Rabelais. Folengo no fue el único rebelde de la literatura del siglo XVI italiano. Junto a él se puede colocar el no menos inconformista, aunque de mayor genio, Pietro Aretino, autor teatral y creador de libelos dotado de un fino ingenio, que consiguió, por medio de sus irreverentes obras, establecer un refrescante contrapeso a la refinada cultura de su tiempo. Su gran obra I ragionamenti o, en castellano, El coloquio de las damas (1532-1534) y los seis volúmenes de sus cartas (1537-1557) transmiten su ácido e irreverente punto de vista acerca de la sociedad y costumbres de su época.
En la línea renacentista de búsqueda del artista completo, no faltaron pintores y escultores que escribieron bellos textos poéticos, narrativos y ensayísticos. Así, los sonetos de Miguel Ángel constituyen apasionadas expresiones de sus sentimientos más profundos y de sus convicciones religiosas; los tratados de Leonardo da Vinci sobre arte y ciencia contienen principios de análisis que han influido profundamente en los pensadores posteriores; la interesante autobiografía de Benvenuto Cellini se encuentra entre los mejores textos de este género de toda la literatura universal; y las biografías de famosos pintores, escultores y arquitectos escritas por el también pintor y arquitecto Giorgio Vasari constituyen una fuente de información de incalculable valor sobre el arte y los artistas del renacimiento.
También se escribieron cuentos y relatos breves en esta época. El autor más destacable en este terreno es Matteo Bandello, autor de Novelle (1554-1573), una serie de cuatro volúmenes de narraciones cortas en la línea de Boccaccio, que constituyeron la base sobre la que se crearon numerosas obras posteriores en toda Europa.
La segunda mitad del siglo XVI estuvo presidida por la Contrarreforma, que tuvo su origen en el Concilio de Trento, celebrado en 1545. Como resultado de este concilio, convocado para contrarrestar las reformas de los protestantes, se extendió por la Europa católica una oleada de exacerbados sentimientos religiosos y de sumisión total a la autoridad papal, que consiguió ahogar la franca jocosidad, la inclinación por la exploración y la sincera alegría de los humanistas y sus sucesores, sustituyéndolas por un interés superficial por las buenas costumbres y la moralidad. La exuberante libertad de expresión y de forma de que hizo gala Ariosto cayeron bajo sospecha, y las concepciones políticas de Maquiavelo comenzaron a considerarse peligrosas. En la literatura, este cambio de actitud se materializó en un nuevo clasicismo, según el cual se volvió a situar a Aristóteles como máxima autoridad filosófica, tras difundirse su Poética por toda Europa. Esta obra del filósofo griego se publicó en lengua original con traducción latina en 1548, acompañada por un comentario de Francesco Robortelli. Durante aquellos años fueron apareciendo distintas versiones y estudios sobre la obra, los más importantes de los cuales fueron Poética (1561) de Julius Caesar Scaliger y el comentario de Ludovico Castelvetro (1570), que contribuyó a la recuperación de las unidades de espacio y tiempo en el teatro.
A pesar del predominante clima de represión que caracterizó estos años, apareció un gran poeta lírico de imaginación desbordante, Torquato Tasso que, en 1575, publicó su magnífica Jerusalén libertada. Su tratamiento épico, de gran belleza, de la primera Cruzada es mucho más conciso y sencillo, más serio y unificador que el de su predecesor, el Orlando furioso, por lo cual levantó una larga serie de críticas entre los pedantes estudiosos del momento, que empujaron a su autor a reescribir la obra, con un resultado mucho más pobre. Otro gran espíritu de la época fue Giordano Bruno, escritor de mente clara que produjo numerosos diálogos contra la pedantería y el autoritarismo, y que defendió valientemente puntos de vista contrarios a las doctrinas de la Iglesia, lo que le llevó a morir en la hoguera, acusado de herejía, en Roma, en el año 1600.
4.

Primera modernidad
La Italia de finales del siglo XVI era una tierra exhausta debido a las constantes luchas que en ella tenían lugar entre los dominadores españoles, franceses y austriacos. Al mismo tiempo, los centros europeos del comercio estaban desplazándose desde el Mediterráneo hacia el Atlántico debido a la importancia que iban adquiriendo los puertos americanos, hecho que provocó una profunda decadencia económica de los territorios italianos. Las ciudades-estado, antaño hogares de un espíritu libre y cosmopolita, ofrecieron muy poca resistencia a la tiranía, y comenzaron a estancarse, convirtiéndose poco a poco en lugares provincianos, sometidos durante los siglos XVII y XVIII a potencias extranjeras.
1.

Siglo XVII
El estilo predominante en el siglo XVII, no sólo en literatura, sino también en música, arte y arquitectura, fue el barroco, caracterizado por una exuberancia que contrastaba, a menudo, con visiones extremadamente pesimistas de la realidad. La poesía y el teatro fueron terrenos de expresión de una extravagante imaginación, el gusto por el artificio retórico en cuanto a la forma y la riqueza metafórica en cuanto a la imaginería. Típica de este periodo es, sin duda, la poesía de Giambattista Marino, cuyo Adonis (1623) es una obra maestra de virtuosidad literaria, por su análisis de lo universal del amor, al que considera superior a la sensualidad, y por su exposición de las tendencias amorosas de la naturaleza.
Gran parte de la creación literaria del barroco refleja trastornos espirituales. Buenos ejemplos de ello lo constituyen las tragedias de Federigo della Valle, cuya obra La reina de Escocia (1628), se centra en las luchas de la reina María Estuardo. Del mismo modo, en muchas obras se deja sentir una profunda insatisfacción vital, en especial con el orden social, como se puede comprobar en los escritos del poeta, científico y filósofo Tommaso Campanella, autor de ensayos muy críticos, que le costaron penas de prisión y destierro. El más importante de sus libros, La ciudad del Sol (1623), escrito mientras estaba encarcelado, es una utopía en la que describe un mundo igualitario regido por un estricto orden legal.
2.

Siglo XVIII
Hacia el final de siglo XVII, comenzó a perfilarse un movimiento cultural que rechazaba la estética excesiva y afectada del barroco. Los principales exponentes de este movimiento reformador pertenecieron a la sociedad Arcadia, fundada en Roma en 1690. En conformidad con la simplicidad asociada desde siempre a la palabra arcádico (habitante de la primitiva Arcadia, considerada como el país de la felicidad), los escritores de este grupo se inspiraron en las fuentes clásicas, especialmente en los poetas griegos que cultivaron el género pastoril.
La más destacada de las figuras arcádicas fue el poeta y dramaturgo Pietro Metastasio, que se convirtió en el poeta oficial de la corte de Viena, capital de los emperadores de Austria. Fue sucesor de Apostolo Zeno, autor de dramas teatrales y libretos de ópera, a la vez que pionero en la crítica literaria, por ser cofundador de la publicación Giornale dei letterati d’Italia, la primera que se especializó en tal actividad. Las obras teatrales de Metastasio, entre las que se pueden citar Los jardines de las Hespérides y Semíramis reconocida, se caracterizan por la melódica fluidez de sus argumentos, que las hicieron apropiadas para ser adaptadas como libretos de óperas.
La influencia del grupo Arcadia se puede rastrear claramente en las comedias de Carlo Goldoni, uno de los mejores autores teatrales de Italia, entre las cuales se cuentan La posadera (1753), El abanico (1764) y Las riñas en Chioggia (1762). El genio de Goldoni se hizo manifiesto, sobre todo, en su habilidad para simplificar las situaciones dramáticas sin restarles interés, y en su maestría y realismo en describir el medio social del que provenían sus personajes a través de las cualidades que a éstos les atribuía.
Según la mayoría de los críticos literarios, Goldoni desarrolló su estilo de escritura como reacción a la llamada Commedia dell'arte, que floreció entre los siglos XVI y XVIII. La comedia del arte se basaba en situaciones cómicas rutinarias e irreales, cuyas líneas principales eran creadas por los propios actores de las compañías de teatro ambulantes. Los personajes eran siempre los mismos, tipos fijos denominados “máscaras”, como Pantaleón, Arlequín y Colombina. En cada representación, los actores improvisaban los diálogos a partir de una línea de acción que habían trazado anteriormente. Quien mejor supo utilizar este estilo fue Carlo Gozzi, opuesto al tipo de teatro más realista creado por Goldoni. Gozzi adaptó para la escena una larga serie de cuentos populares, de corte fantasioso y alegórico. Dos de sus obras sirvieron como base para sendas óperas: El amor de las tres naranjas, del compositor ruso del siglo XX Serguéi Prokófiev, y Turandot, del compositor italiano del XIX Giacomo Puccini.
Bajo los aspectos científico y ético, la literatura italiana recibió, durante el siglo XVIII, la influencia de las ideas del científico y filósofo francés del siglo XVII René Descartes, así como la de los escritores de la ilustración francesa del XVIII. El órgano principal de la vida intelectual italiana fue el periódico milanés Il caffè (1764-1766). Entre las figuras más importantes de este periodo ilustrado, la principal fue, sin duda, la del jurista Cesare Beccaria, el cual, en su obra Los delitos y las penas (1764) abogó por un trato humano hacia los presos y por la abolición de la pena de muerte.
Entre los poetas que reaccionaron de un modo más violento contra el exceso de influencias procedentes de otros países, destacan Giuseppe Parini y Vittorio Alfieri, que lucharon por crear un sentimiento de orgullo nacional y unidad frente a la dominación extranjera. Parini es célebre por la sátira social que llevó a cabo en el poema heroico-burlesco Il giorno (El día) publicado en varias partes entre 1763 y 1801. En él ridiculizaba, utilizando una fina ironía, la inmoralidad de la aristocracia, a la cual puso en evidencia al compararla con la sobria frugalidad de las clases trabajadoras. Aunque su autor denostara las influencias extranjeras, Il giorno no se libra de mantener un gran parecido con textos de escritores franceses del momento, cuya indignación social creó el escenario perfecto para la Revolución Francesa. En contraste con ellos, Parini hizo gala de una mayor moderación en sus denuncias y de un gran respeto por las tradiciones clásicas y por la Iglesia.
Alfieri, cuya autobiografía deja entrever una de las figuras más atormentadas y románticas de la literatura de la época, pasó de una juventud ociosa como miembro de la clase aristocrática a una madurez marcada por una frenética y prolífica actividad creadora. Su máxima obsesión era la libertad, y atacar la tiranía su objetivo principal, tanto a través de sus tratados como de sus poemas líricos y tragedias, algunas de ellas muy conocidas. Excepto Saúl (1782), Agamenón (1783) y Mirra (1784-1787), sus obras teatrales más difundidas, como Filippo (1781), presentan un fuerte contenido político que brindó al autor una amplia popularidad dentro del movimiento nacionalista, cuyo objetivo, librar Italia de los invasores extranjeros, no se completaría hasta el siglo siguiente.
Entre las restantes figuras destacadas del siglo se encuentran el arqueólogo y crítico literario Ludovico Antonio Muratori y el filósofo Giambattista Vico. La figura de este último fue rescatada en nuestro siglo por la obra de Benedetto Croce. En sus Principi di una scienza nuova conocido como Ciencia nueva (1725, reelaborados en 1730 y 1744), Vico atacó el concepto cartesiano de cuerpo y mente como entidades separadas, y propuso una concepción cíclica de la historia, al tiempo que anticipó el interés de los románticos por el pasado.
5.

Siglo XIX
La liberación y la unificación del país había sido un anhelo constante de los escritores italianos desde el siglo XIII. En esa época, el nacionalismo se manifestó, entre otros modos, con la adopción del italiano como lengua literaria. El anhelo de liberación recibió un gran estímulo con el triunfo de la Revolución Francesa, que difundió una ola de encendido nacionalismo por toda Europa. Desde comienzos del siglo XIX hasta 1870, momento en que las tropas de Garibaldi tomaron los Estados Pontificios de Roma y expulsaron a los ejércitos franceses que habían acudido en defensa del Papa, la influencia predominante en la literatura del país fue el nacionalismo, en particular su versión italiana, denominada Risorgimento.
1.

Nacionalismo, romanticismo y clasicismo
La literatura italiana de comienzos del siglo XIX no estuvo marcada sólo por el nacionalismo. Por entonces aún persistía el neoclasicismo proveniente del siglo anterior, pero poco a poco fue dejando paso al romanticismo, movimiento sumamente interesado en la historia y las tradiciones regionales, germen de los distintos nacionalismos europeos que surgieron durante todo el siglo. La gran influencia que sobre la cultura italiana tuvo la Revolución Francesa y el posterior reinado de Napoleón I queda patente en la producción de Vincenzo Monti, Ugo Foscolo y Carlo Porta. Las obras del primero reflejan la inestabilidad de sus convicciones políticas. En sus comienzos fue contrario a la Revolución Francesa, como evidencia su poema La basvilliana (1793), sobre el asesinato del enviado francés Hugo Bassville. Más tarde, se convirtió en ardiente defensor de la causa de Napoleón, al que ensalzó en una serie de poemas. Aunque autor de gran talento, la crítica valora especialmente su traducción de la Iliada del poeta griego Homero.
Ugo Foscolo tuvo una personalidad más estable que la de su contemporáneo Monti. Fue militar y profesor durante la ocupación francesa de Italia y, al regreso de los austriacos, se marchó a Inglaterra, donde pasó el resto de su vida. La fama de Foscolo se forjó a través de una novela escrita en forma epistolar, Últimas cartas de Jacopo Ortis (1798), que seguía la línea de El joven Werther, obra del poeta y novelista alemán Johann Wolfgang von Goethe. La novela del autor italiano se caracteriza por una mezcla de amor romántico y ardiente patriotismo. Más adelante, este patriotismo dio paso a la resignada contemplación de la antigua gloria de su país, en ese momento dividido y ocupado por ejércitos extranjeros que mancillaban las antes esplendorosas ciudades. Durante esta etapa escribió su obra maestra, Los sepulcros (1807).
El poeta Carlo Porta, que escribió en dialecto milanés, centró su obra en la descripción de la miserable vida de la clase humilde durante la ocupación francesa en tiempos de Napoleón. Así, en sus Poesías en dialecto milanés (1821) condenó, aunque sin una excesiva virulencia, el papel del clero y la nobleza.
Giacomo Leopardi ha sido considerado unánimemente como uno de los poetas líricos más importantes de la literatura italiana. Retirado en su hogar, estudiaba incesantemente y se convirtió en un erudito conocedor de los clásicos griegos y romanos; tradujo obras de ese periodo y demostró un talento especial para la poesía. Sus primeras composiciones, como los poemas “A Italia” y “Al pie del monumento de Dante” fueron de carácter patriótico. Más adelante, un agudo pesimismo se fue adueñando de sus poemas, que publicó bien sueltos bien agrupados en colecciones. La primera edición completa de ellos, los Cantos, apareció en 1831. Su pesimismo quedó plasmado también en numerosos trabajos en prosa, como Opúsculos morales (1827) y Zibaldone (7 volúmenes de publicación póstuma: 1898-1900), y en su voluminosa correspondencia. A pesar de que nunca lo admitió, su introspección, su desolación y su nostalgia le aproximan mucho al romanticismo, aunque, por otro lado, la pureza aristocrática de su estilo y su frecuente recurso a fuentes clásicas le emparentan con el neoclasicismo.
Entre los escritores políticos del Risorgimento destaca el patriota Giuseppe Mazzini, autor que continúa resultando interesante aún hoy en día, y cuyas actividades políticas le llevaron a sufrir la prisión y el destierro. Con el estadista Camillo Cavour y el militar Giuseppe Garibaldi, forman la triada de los llamados padres de la unificación italiana.
El nacionalismo, al agotarse, fue dando paso a dos corrientes muy distintas dentro de la literatura italiana del siglo XIX. Por un lado, una corriente regionalista, que exploraba la vida y costumbres provincianas y las presentaba con un estilo realista, a menudo incluso en el dialecto de la zona. La segunda corriente tomó su punto de referencia en la lucha contra el poder temporal del papado. En efecto, los Estados Pontificios, controlados por Francia y utilizados en su propio interés, eran los últimos que restaban para lograr la unidad total de Italia. Así, el nacionalismo de esta segunda tendencia entró en oposición directa con la Iglesia. Este enfrentamiento se resolvió diversamente entre los autores, dependiendo de las inclinaciones personales de cada uno de ellos. Mientras los más radicales expresaron su antagonismo con la Iglesia, los más tradicionalistas retomaron los valores más limpios de los cristianos antiguos, y otros incluso se reafirmaron, a pesar de todo, en su fe.
Entre los autores pertenecientes al último grupo, se debe considerar a Alessandro Manzoni, autor de la obra maestra más famosa de la narrativa italiana del siglo XIX, Los novios (1840-1842). Se trata básicamente de la historia de dos enamorados de clase humilde en lucha contra la opresión y el destino cruel, ambientada en la Italia del siglo XVII, bajo la dominación española. Protegido por la distancia histórica, Manzoni pudo atacar y ridiculizar la opresión extranjera, de todo tipo y periodo, aunque el paralelismo entre los hechos descritos en la novela y la ocupación austriaca de Italia, periodo vivido por el autor, resultó más que evidente. El mensaje universal de la obra, que le ha valido el reconocimiento general, es la necesidad del ser humano de confiar en la divina providencia y no en los planes humanos si se desea el verdadero triunfo del bien sobre el mal. Sus Himnos sacros (1812-1813) pusieron en evidencia la preocupación de Manzoni por la religión, que fue aumentando a lo largo del tiempo hasta marcar por completo sus últimas obras, imbuidas de un fuerte sentimiento piadoso. Antes, sin embargo, su fama se había extendido por toda Europa, con ocasión de la oda El cinco de mayo que escribió a la muerte de Napoleón, y que fue traducida al alemán por Goethe. Escribió, asimismo, dos obras de teatro: El conde de Carmagnola (1820), centrada en la figura de un condottiero (jefe militar mercenario), al servicio de alguno de los distintos estados del renacimiento, y Adelchi (1822), sobre el heredero del último rey de los lombardos. Ambas anticipaban los temas religiosos y patrióticos de Los novios.
La prosa clara y directa de Manzoni no recurre al ornato, propio de la estética neoclásica, que se puede encontrar en las obras de Foscolo y Monti. Su búsqueda de un orden místico que rija la historia, su interés por la edad media y su consciencia de la imperfección y limitación de la vida mortal lo sitúan más próximo al romanticismo. De hecho, su Lettera sul romanticismo defiende este movimiento en oposición a las convenciones del neoclasicismo.
Manzoni mantuvo, asimismo, una profunda preocupación por la lengua italiana. A lo largo de los siglos, el vocabulario básico del italiano de Toscana había ido incorporando términos y expresiones provenientes de otras regiones. Esto había dado como resultado, según el autor, un abultado, confuso y repetitivo vocabulario, de modo que abogó durante todo su periodo creativo por un retorno a la lengua vernácula florentina, tal y como se hablaba entre las clases cultas de la otrora cosmopolita ciudad-estado.
Hacia la mitad del siglo, la influencia de Manzoni y del romanticismo en general sobre la cultura italiana provocó una violenta reacción, que se materializó en el retorno a un clasicismo mucho más profundo que el practicado por Monti. Esta reacción tuvo su principal representante en el poeta Giosuè Carducci, que en sus obras alabó la antigua Roma y la esperanza de Italia unida. Toda su producción fue una defensa de la estética y la mentalidad clásicas, opuestas frontalmente al misticismo romántico y al sentimiento religioso católico. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1906 por el conjunto de su obra, entre la que destacan Levia gratia (1861-1877), Rimas nuevas (1861-1887), Odas bárbaras (1877-1889) y Rima y ritmos (1898).
2.

Verismo, realismo
La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por la reacción de una parte de los autores italianos contra los estilos neoclásico y, sobre todo, romántico, centrados en el pasado y sus glorias. Los representantes de esta nueva corriente, que rechaza la retórica y el poco realismo de los creadores de los demás movimientos del siglo, defendieron la utilización de la lengua común y un estilo de escritura sencillo, con argumentos basados en experiencias y fenómenos observables en la realidad cotidiana. Los poetas exaltaron esta realidad y la elevaron al rango de verdad. De esta concepción toma su nombre el movimiento, verismo (de vero, ‘verdadero’).
El verismo otorgó una importancia hasta entonces desconocida a la poesía en dialectos regionales. Si bien es cierto que antes se habían escrito obras importantes en dialecto napolitano, como Lo cunto de li cunti (El cuento de los cuentos), de Giambattista Basile, y en milanés, como las obras de Porta, los escritores realistas hicieron de los dialectos un vehículo en la creación literaria. Entre ellos hay uno de gran significación, Giuseppe Gioachino Belli, que escribió en el dialecto de Roma más de 2.000 sonetos, en los cuales describe al pueblo de Roma, sometido al descontrol reinante en la ciudad como consecuencia de la mala administración papal.
En el movimiento verista hubo autores dedicados al teatro, a la narrativa y a la poesía. Uno de los novelistas más destacados fue el siciliano Giovanni Verga, que escribió obras como Los malavoglia (1881) y Maese don Gesualdo (1889). Escribió también cuentos, entre ellos “Cavalleria rusticana”, que constituyó la base del libreto de la famosa ópera homónima de Pietro Mascagni. En ellos, como en el resto de su obra, Verga llevó a cabo descripciones realistas de la vida humilde, y a veces miserable, de los campesinos de su isla natal, aunque ése sea el telón de fondo para el desarrollo de historias de amor apasionadas y, a veces, imposibles.
Contrario al verismo, pero influido por él, el poeta Giovanni Pascoli escribió textos idílicos con evocaciones de la vida campesina al estilo de las Geórgicas de Virgilio. Su neoclasicismo no contenía elementos anticatólicos sino que, por el contrario, colocó a Dante como modelo por su espiritualidad religiosa. El estilo de Pascoli se caracteriza por la abundante retórica de sus poemas y la libertad en la métrica, que abrió el camino a la utilización del verso libre en la literatura italiana. Otro autor que se opuso al realismo fue el poeta y novelista Antonio Fogazzaro quien, a pesar de ser un católico convencido, estaba a favor de las teorías sobre la evolución de Charles Darwin. En su obra El santo (1905), expuso las formas de una actitud religiosa moderna que le valió la condena de las autoridades de la Iglesia católica. Sus novelas defienden una salida de la crisis moral de la época a través de una revolución social apoyada en los avances de la ciencia. Entre ellas destacan Fantasma (1881), Daniele Cortis (1885) y Piccolo mondo antico (1896), considerada como su mejor obra.
A lo largo de todo el siglo aparecieron numerosos escritores italianos que no pueden clasificarse dentro de ninguno de los movimientos o tendencias principales de la época. Edmondo de Amicis, por ejemplo, se hizo célebre por sus novelas, sus libros de viajes y su trabajo como geógrafo. Una de sus obras más interesante es Corazón (1886), el diario de un imaginario escolar italiano. En Sobre el Océano (1889), Amicis narra el problema de la emigración italiana hacia América, comparando el modo en que viajaban los pasajeros de primera clase con las dolorosas escenas de los emigrantes hacinados en la última clase. En 1891 Amicis se afilió al Partido Socialista. Su obra ha tenido una gran influencia sentimental en América. Carlo Collodi, por otro lado, fue el autor del libro para niños, Las aventuras de Pinocho (1883).
El crítico más influyente del siglo XIX italiano fue, sin duda, Francesco de Sanctis, fundador de la crítica literaria contemporánea en su país. En obras como La literatura italiana del siglo XIX (1897) y, en especial, Historia de la literatura italiana (1871), aplicó con gran lucidez métodos sociológicos y psicológicos a los análisis literarios.
6.

Siglo XX
La literatura italiana del siglo XX muestra una gran variedad de formas y temas. Gran parte de ella refleja las experiencias de los años del fascismo, mientras que, desde el final de la II Guerra Mundial, fue el realismo social el estilo dominante durante años, hasta que fue sustituido por una corriente profundamente introspectiva tanto en la poesía como en la prosa.
1.

Escritores de transición entre el siglo XIX y el XX
Con el país definitivamente unido bajo una sola bandera, el intento de expansión territorial hacia las colonias se convirtió en el objetivo primordial de la política italiana en los años que marcaron el cambio de siglo. En la literatura, una vez apagados los fervores nacionalistas, el interés de los autores se desplazó desde los asuntos de tipo social a los de tipo individual. Los autores más representativos de este cambio de siglo se agrupan según diferentes concepciones estéticas.
El más importante de ellos y el que ejerció una influencia más duradera en los ámbitos literarios no sólo italianos sino también europeos hasta bien entrado el siglo fue Gabriele D’Annunzio. Guiado por su aspiración a convertirse en un artista universal, al estilo de los del renacimiento, rompió con los esquemas del neoclasicismo, del romanticismo y del realismo. Así, cultivó la poesía, el teatro y la narrativa, y escribió, incluso, libretos de óperas y arengas patrióticas. Fue un destacado militar y político que, además, cultivó la filosofía, influido por las ideas de los filósofos alemanes Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Algunas de sus mejores obras son los volúmenes de poemas titulados en su conjunto Laudi (1903-1912), la novela El triunfo de la muerte (1894) y la obra teatral La hija de Jorio (1904). Fue significativa su influencia entre la mayoritaria y permanente inmigración italiana en el Río de la Plata.
Otra importante figura literaria de estos años de transición de un siglo a otro fue Italo Svevo, escritor cuya obra no fue reconocida en vida. Años después, el periodista y novelista francés Valéry Larbaud y el autor irlandés James Joyce fueron los que llamaron la atención de la crítica italiana hacia este autor. La fuerza de su trabajo, que residía en la profundidad y el realismo de sus descripciones psicológicas, se puede admirar en obras como Una vida (1893), Senilidad (1898) y La conciencia de Zeno (1923).
Entre las restantes personalidades literarias del cambio de siglo se pueden citar: Guglielmo Ferrero, interesante historiador de la sociología y destacado opositor al fascismo, cuya obra principal fue Grandeza y decadencia de Roma (1902-1907); el filósofo Giovanni Gentile que, por el contrario, fue un convencido defensor del fascismo a través de libros como Orígenes y doctrina del fascismo (1929) y La filosofía del arte (1931); Matilde Serao, novelista que destaca por sus profundos análisis psicológicos, patentes en El país de Jauja (1891) y La bailarina (1899); y Grazia Deledda, premio Nobel en 1926, cuyas obras, entre las que destacan Elias Portolú (1903) y La madre (1920), retratan de un modo naturalista la vida rural en Cerdeña.
2.

La literatura anterior a la II Guerra Mundial
Debido en parte a la influencia de corrientes foráneas, en la Italia de comienzos del siglo XX se desarrollaron numerosos movimientos artísticos y literarios cuyo principal nexo de unión era el común rechazo a la retórica y al lirismo en la poesía. El más radical y duradero de ellos fue el futurismo. Su fundador, el poeta Filippo Marinetti, contribuyó a desgarrar el lenguaje y dejarlo reducido a sus esencias. Guiado por la principal de sus ideas estéticas, la de que la literatura del naciente siglo debía reflejar el dinamismo de la industria y la vida contemporáneas, abogó por el uso de un estilo de escritura que emulara la velocidad y la tensión de las máquinas. Fue un activo defensor de la intervención bélica de su país en la I Guerra Mundial y, más tarde, del fascismo.
El más importante de los pensadores de estos primeros años del siglo XX fue el filósofo, crítico literario e historiador Benedetto Croce, cuya influencia se extendió por Italia y por el resto del mundo. A través de su revista bimensual La crítica (1903-1944), así como de sus obras literarias y filosóficas, desarrolló ampliamente las teorías del filósofo italiano del siglo XVIII Giambattista Vico, e insistió fundamentalmente en la importancia de la intuición en el arte y de la libertad en el desarrollo de la civilización. Su idealismo estaba en oposición con las tendencias del momento, fundamentalmente positivistas. Croce defendía el concepto de intelectual comprometido con la vida pública, de ahí su toma de postura, contraria al fascismo. Sistematizó su pensamiento concibiendo una “filosofía del espíritu” que expuso en cuatro volúmenes dedicados, respectivamente, a la estética, la lógica, la economía y la historia, y que aparecieron entre 1902 y 1917. Su autobiografía, publicada en 1918, evidencia su vida, espiritualmente rica y variada.
Además de La critica, hubo otras dos publicaciones periódicas que actuaron como foro de diálogo de los autores italianos de comienzos de siglo. Una de ellas, La voce (1908-1916), dirigido por Giuseppe Prezzolini, contribuyó enormemente a modernizar la cultura italiana, difundiendo ideas procedentes de Francia, Inglaterra y de toda América. Entre los colaboradores habituales de La voce, destaca el pintor y escritor Ardengo Soffici y el filósofo y novelista Giovanni Papini. La segunda de las publicaciones, Ronda (1919-1923), se caracterizaba por una tendencia reaccionaria y una inspiración clásica. De su entorno surgieron Antonio Baldini y Riccarco Bacchelli.
Una figura destacada de las tres primeras décadas del siglo XX fue el novelista y autor teatral Luigi Pirandello, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1934. En sus obras de teatro introdujo elementos innovadores tendentes a acercar al público la interpretación de los actores y establecer una relación más directa entre ambos elementos de la escena. Muchas de sus obras teatrales son dramatizaciones de antiguas historias populares y, por lo general, abordan problemas filosóficos, como el relativismo y las personalidades múltiples, que el autor siciliano pone al descubierto a través de su sutil habilidad para describir la psicología de los personajes y de su chispeante ingenio. También abordó el problema de la emigración en la época de Garibaldi. Sus obras teatrales más famosas son: Seis personajes en busca de autor (1921), Enrique IV (1922), Así es (si así os parece) de 1917 y Esta noche se improvisa (1930), mientras que entre sus novelas destacan títulos como El difunto Matías Pascal (1904).
El triunfo del fascismo, con la consiguiente toma del poder por parte de Benito Mussolini, afectó negativamente a la hasta entonces rica vida literaria italiana. El fascismo fracasó a la hora de crear un tipo de literatura acorde con los principios del régimen en el poder. Los autores más destacados reaccionaron de diferentes modos ante las restrictivas condiciones intelectuales y la limitación de la libertad contenida en la ideología fascista. Muchos de ellos defendieron abiertamente posturas contrarias al régimen. Este fue el caso de Giuseppe Antonio Borghese, que describió la situación de su país en una novela, Goliath, la marcha del fascismo (1937), escrita en inglés y que no fue traducida al italiano hasta diez años después. Del mismo modo, el novelista Ignazio Silone sufrió la censura, se exilió de su país y obtuvo reconocimiento internacional por novelas como Fontamara (1930) y Pan y vino (1936). Benedetto Croce fue obligado a cesar en sus actividades durante el tiempo que duró la etapa fascista, mientras que el periodista y diplomático Curzio Suckert, que escribió bajo el seudónimo de Curzio Malaparte, comenzó trabajando para el Gobierno, en su cargo de alto funcionario, pero acabó renegando de Mussolini. Así, su obra más poderosa, Kaputt (1944), describe la degeneración moral y cultural de la Europa dominada por el fascismo.
3.

Literatura posterior a la II Guerra Mundial
Después de la II Guerra Mundial, una gran cantidad de autores italianos alcanzó fama universal.
3.1.

Poesía
Giuseppe Ungaretti, que ocupa, junto a Eugenio Montale, un lugar preeminente dentro de la literatura europea del siglo XX, publicó un primer libro de poemas, El puerto sepultado (1916), que marcó un resurgimiento de la poesía italiana. Sus obras, caracterizadas por un sorprendente uso del vocabulario y por una gran habilidad para crear vívidas imágenes de inusual intensidad lírica, fueron recopiladas en un solo volumen titulado La vida de un hombre (1942-1961), que contiene, entre otros, los poemas de los libros Alegría de naufragios (1919), Sentimiento del tiempo (1933) y La tierra prometida (1950).
Los poemas más importantes de Eugenio Montale, en cambio, se encuentran reunidos en tres volúmenes titulados respectivamente Huesos de sepia (1925), Las ocasiones (1939) y El vendaval y otras cosas (1956). Su lírica, por la que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1975, resulta a veces extremadamente concisa y hermética y contiene una ácida e inteligente crítica de la vida que, en ocasiones, la tiñe de pesimismo.
Salvatore Quasimodo es otro de los poetas destacados de estos años. Sus obras, entre las que se cuentan Y enseguida anochece (1942), Día (1942), La vida no es sueño (1949) y Dar y tener (1966), revelan una apasionada y lírica conciencia de la condición trágica de nuestra época. En 1959 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
3.2.

Narrativa
Pocos años después del final de la guerra apareció en Italia un nuevo tipo de realismo ligado, en especial, al cine, que atravesó un periodo de creatividad antes desconocido, hasta el punto de que empujó a la crítica a acuñar un término nuevo para describirlo: neorrealismo. Entre las figuras literarias que se adscribieron a ese importante movimiento se encuentran Carlo Levi, que expuso los sufrimientos de los campesinos de sur de Italia en su conocida novela Cristo se detuvo en Éboli (1946); Elio Vittorini, autor de Conversaciones en Sicilia (1938-1939); y Vasco Pratolini, que escribió Crónicas de pobres amantes (1947). Otras destacadas personalidades de las letras de este periodo fueron Mario Soldati, conocido por su obra Cartas de Capri (1954); el poeta, ensayista y narrador Cesare Pavese, autor de Entre mujeres solas (1949), El diablo entre las colinas (1949) y La luna y las fogatas (1950); y Vitaliano Brancati, agudo crítico de la sociedad siciliana, como dejó patente en El bello Antonio (1949). Hubo, además una novela aclamada unánimemente y que dio origen a la película dirigida por Lucchino Visconti con el mismo título, El gatopardo. Escrita en 1958 por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, se desarrolla en la Sicilia rural, desde el desembarco de las tropas garibaldinas hasta el final del siglo XIX.
Alberto Moravia es, quizá, junto a Pirandello, el escritor italiano moderno más conocido. Autor de novelas y relatos cortos en los que narra situaciones humanas contemporáneas, escribió en una prosa realista e impactante sobre los dilemas morales de hombres y mujeres atrapados en situaciones complicadas tanto social como emocionalmente. Su obra más conocida es La ciociara (La campesina, 1957), la historia de una madre y una hija en la Italia desgarrada por la guerra, llevada al cine por Vittorio de Sica e interpretada por Sofía Loren. Otro filme exitoso de Vittorio de Sica se basó en la novela de Giorgio Bassani, escrita en 1962, El jardín de los Finzi-Contini, que narra los avatares de una familia judía de Ferrara, ciudad natal del autor, durante los años del fascismo. Otro de los novelistas más destacables de la posguerra, Dino Buzzatti, escribió textos alegóricos entre los cuales destacan la novela El desierto de los tártaros (1940) y la obra teatral Un caso clínico (1953). Elsa Morante, cuya narrativa contiene elementos épicos y místicos, fue la autora de Mentira y sortilegio (1948), la vida de una familia del sur de Italia, y de La historia (1974), que describe la odisea de una pequeña familia formada por una madre asustada, un muchacho y un niño en la Roma de la II Guerra Mundial. Natalia Ginzburg, poeta y novelista, se ganó el reconocimiento de la crítica por su sensible aproximación a las mujeres y los niños de la Italia de su tiempo, relegados a papeles estereotipados dentro de las familias; entre sus obras destacan Las voces de la noche (1961) y Léxico familiar (1967). Primo Levi ejerció la profesión de químico y comenzó a dedicarse por completo a la literatura a partir de 1977. Además de las memorias de su estancia como prisionero en el campo de concentración nazi de Auschwitz durante la guerra, escribió El sistema periódico (1975), un conjunto de ensayos autobiográficos en los que utilizaba la química como metáfora de la vida. Umberto Eco, profesor de semiótica en la universidad de Bolonia, aunó sus estudios de semiótica con un apasionado interés por la historia en novelas como El nombre de la rosa (1980), una narración detectivesca ambientada en una abadía medieval que se hizo famosísima en todo el mundo. Italo Calvino, autor de El barón rampante (1957) y Las cosmicómicas (1965), alcanzó también gran popularidad con sus últimas obras, Si una noche de invierno un viajero (1979) y Palomar (1983). La idea central de esta novela es que cualquier intento por comprender la situación del ser humano está condenado al fracaso. Leonardo Sciascia escribió en 1977 una versión contemporánea de Cándido, la obra satírica de Voltaire, que Sciascia convierte en la historia de un huérfano siciliano rechazado por el mundo.
La búsqueda experimental de la década de 1950 y la experiencia de la neovanguardia (que de algún modo encontró expresión en el cambio marcado por mayo de 1968) registran algunas etapas importantes: el experimentalismo de revistas como Officina(1955-1958), con Francesco Leonetti, Pier Paolo Pasolini, Roberto Roversi, Franco Fortini, Angelo Romanò, Gianni Scalia, e Il Menabò (1959-1967), con Vittorini y Calvino; la neovanguardia del Grupo del 63, que se proponía redefinir la relación entre literatura y público; Pier Paolo Pasolini, poeta, narrador y cineasta, que estudió y elaboró los compromisos lingüísticos –propios del neorrealismo- entre lengua y dialecto; Franco Fortini, poeta y ensayista; el experimentalismo expresionista de Giovanni Testori y de Stefano D´Arrigo (1919); la prosa de Antonio Pizzuto, en la cual se pone en entredicho el proceso narrativo; el caso singular de Luigi Meneghello; la escritura de vanguardia de Edoardo Sanguineti; los poetas-prosistas de la neovanguardia Elio Pagliarani, Alfredo Giuliani, Antonio Porta, Nanni Balestrini; las provocadoras ficciones de Giorgio Manganelli; y los inagotables artificios de Alberto Arbasino.
En cuanto a la lírica, la situación es rica y compleja: coexisten una línea en la que prevalece un vínculo más directo con las cosas y un lenguaje más tradicional y una línea más moderna y de tendencia hermética, que tiene sus modelos en Ungaretti y Montale. A la primera pertenecen poetas como Carlo Betocchi (1899-1986); Sandro Penna y su naturalidad en el tratamiento de las relaciones homosexuales; Attilio Bertolucci; Giorgio Caproni y, de algún modo, Giovanni Giudici. A la segunda, poetas como Mario Luzi y Vittorio Sereni.
Luciano Anceschi ha señalado también una “línea lombarda”, que comprende a poetas ligados a Milán y que se inician en la posguerra, como Giorgio Orelli, Nelo Risi, Luciano Erba, Bartolo Cattafi. En la misma tendencia se han incluido poetas más jóvenes como Giancarlo Majorino, Giovanni Raboni, Tiziano Rossi y Maurizio Cucchi. Entre las figuras más importantes de la poesía dialectal figuran Ignazio Buttitta y Tonino Guerra.
3.3.

Después de 1968
En las últimas décadas se ha delineado una situación cultural en la que se han saturado las manifestaciones de lo moderno en las sociedades industriales avanzadas y en la que la realidad se elabora a través de procedimientos dispersos y poco controlables. Para definir esta situación se habla de posmodernismo. Un escritor estructuralmente posmoderno, incluso por su virtuosismo intelectual, es Umberto Eco. Otros viven lo posmoderno con una actitud mental de resistencia: entre ellos, Paolo Volponi con su racionalidad y Luigi Malerba con un registro satírico-grotesco. Existen poetas como Andrea Zanzotto (19219, con su sorprendente experimentalismo; Giovanni Giudici y la tensión moral; Amelia Rosselli y la atención obstinada que dedica al lenguaje; Franco Loi y la poesía dialectal.
Las mejores obras pertenecen a escritores no tan jóvenes como Gesualdo Bufalino (1920-1996), Vincenzo Consolo, Sebastiano Vassalli y Antonio Tabucchi en la prosa; algunos nombres de la “línea lombarda” (Raboni, Rossi, Cucchi), Cesare Viviani (1947), Valentino Zeichen (1938), Alda Merini y Vivian Lamarque, en la poesía. Entre los más recientes narradores figuran Pier Vittorio Tondelli, Stefano Benni, Daniele Del Giudice, Aldo Busi, Andrea De Carlo, Alessandro Baricco, Susanna Tamaro. Entre los poetas, Valerio Magrelli (1957).



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2 comentarios:

Douglas | 22 de febrero de 2011, 18:47

excelente info, se le agradece, me será muy útil para mi clase de literatura europea...

Unknown | 14 de marzo de 2016, 11:07

No olvden de poner la bibliografia. mis colegas. un abrazo: zulma h. sanchez. desde Paraguay