domingo, 4 de octubre de 2009

LITERATURA ESPAÑOLA



LITERATURA ESPAÑOLA.



1

Introducción


Literatura española, literatura creada en España y escrita en español, desde el siglo XI hasta nuestros días. Para más información sobre obras escritas en las otras lenguas de España y de obras escritas en español fuera de España, véase Literatura vasca; Literatura catalana; Literatura gallega; Literatura hispanoamericana y también las literaturas de cada país americano de habla española. 



2

La edad media


Hasta la edad media, con la aparición del Cantar de Mio Cid, no se puede hablar de literatura española propiamente dicha. Hasta ese momento, se sospecha de la existencia de una poesía románica popular en aquellos estratos que no fueron totalmente asimilados por al-Andalus; de hecho, una jarcha, una de las composiciones más antiguas dentro del territorio español, no es más que la última estrofa de las moaxajas o muwassahas, unos largos poemas escritos en árabe o hebreo en España. La literatura medieval española se caracteriza por ser un crisol en el que se desarrollaron temas profanos y religiosos en diversos géneros literarios con claras influencias de las ricas culturas judía e islámica, que florecieron en la península Ibérica en aquel periodo.
 
2.1

Siglos XI y XII

Como se ha señalado anteriormente, las obras más antiguas en lengua española son unas breves composiciones líricas de tema amoroso denominadas jarchas, composiciones escritas en lengua romance que datan de mediados del siglo XI. Muy similares a estas, pero de mayor extensión, son las cantigas, inscritas en la tradición galaico-portuguesa de la época. A continuación en el tiempo, se sitúan los cantares de gesta, poemas épicos compuestos por los juglares (véase Poesía épica), que los recitaban o cantaban en las plazas públicas o en los castillos. Los temas principales de estas epopeyas eran las luchas que enfrentaban a los caudillos de los diversos reinos cristianos de la península Ibérica contra los moros que habían conquistado la península a comienzos del siglo VIII, así como las rivalidades suscitadas entre los nobles castellanos y los de los otros reinos cristianos. La épica española reflejaba la influencia de la poesía germánica, árabe y sobre todo francesa, pero se distingue de sus modelos en que aborda los acontecimientos históricos de la época, en lugar de temas antiguos o mitológicos. Tanto en las jarchas como en los poemas épicos se encuentran ya algunos de los rasgos característicos de lo que será la literatura castellana: la ausencia de elementos maravillosos y el realismo de los temas que trata; el ejemplo más antiguo que se conserva del arte de los juglares es el anónimo Cantar de Mio Cid (c. 1140), que narra las fortunas y adversidades de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Esta composición —verdadera obra maestra del arte narrativo que exalta las virtudes del coraje, la lealtad y la entereza— destaca por el realismo y la fuerza de sus personajes. La leyenda de los infantes de Lara, El cerco de Zamora, El poema de Fernán González, Las mocedades de Rodrigo o El Cantar de Roncesvalles son otros cantos épicos importantes.
A finales del siglo XII suele fecharse el denominado Auto de los Reyes Magos, la única pieza dramática medieval conservada, aunque incompleta (véase Autos).
 
2.2

Siglos XIII y XIV

En el siglo XIII los escritores cultos comenzaron a refundir en verso castellano las vidas de los santos, las leyendas moralizadoras y otros relatos antiguos, comunes en latín. Esta actividad poética, conocida como mester de clerecía, se desarrolló primero en los monasterios, caracterizándose, a diferencia del mester de juglaría, por una estricta observancia de la métrica. El poeta más representativo del mester de clerecía es Gonzalo de Berceo, poeta riojano que desarrolló su actividad como miembro del monasterio de San Millán de la Cogolla, y que recreó las narraciones piadosas dándoles forma de poemas y confiriéndoles una frescura y fervor renovados. Entre sus obras destaca los Milagros de Nuestra Señora, pequeña colección de 25 narraciones en verso, que cuenta diferentes milagros de la Virgen con carácter alegórico y de gran calidad literaria.
La prosa literaria castellana surge con fuerza en la persona de Alfonso X el Sabio. Castilla fue uno de los primeros estados europeos en desarrollar este tipo de literatura, muy diferente a los poemas que venían escribiéndose hasta entonces. Una multitud de jurisconsultos, historiadores, traductores y especialistas en diversos campos del saber trabajaron bajo su supervisión en un formidable intento de recopilar todo el conocimiento de la época en la Escuela de traductores de Toledo. Para ello, recurrieron a fuentes islámicas, judías y cristianas, pues el reino de Castilla era en aquella época un punto de encuentro para las personas doctas de las tres culturas. Este trabajo en conjunto estimuló el flujo de la cultura oriental hacia el occidente europeo. La prosa castellana, que con Alfonso X se convirtió en un poderoso medio de expresión, alcanzó la madurez artística en la obra de su sobrino, el infante don Juan Manuel, quien escribió la colección de relatos didácticos El conde Lucanor (1335). Hacia 1305 apareció el primer libro de caballerías español de cierta longitud, El caballero Zifar.
La poesía de Juan Ruiz, también llamado Arcipreste de Hita, forma parte de lo más selecto de la literatura española. Sus ideales y recursos estilísticos eran en principio los de la edad media, pero supo expresar su individualidad de una manera que se asemeja más a los escritores renacentistas que a los medievales. Su Libro de Buen Amor es una colección de poesías escritas en forma de autobiografía satírica y contiene ejemplos de prácticamente todas las formas y temas poéticos de la edad media. La fama de que gozó el Libro de Buen Amor, desde el momento en que fue escrito, hizo que los juglares recitaran de forma oral los pasajes más divertidos, para divulgarlos entre el pueblo llano. Al igual que su contemporáneo Geoffrey Chaucer, Juan Ruiz contempla la vida con un aguzado sentido del humor, semejante a los textos de la literatura goliárdica.
Por último, merece destacarse a Pero López de Ayala, canciller de Castilla y autor de Rimado de Palacio, que suele considerarse punto de unión entre la tradición medieval y la humanística. 



2.3

Siglo XV

Durante el siglo XV la producción literaria española aumentó de un modo espectacular. Los poetas más destacados de este periodo son Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana; Juan de Mena, autor del poema alegórico Laberinto de Fortuna, y sobre todo, Jorge Manrique, quien en las Coplas a la muerte de su padre dio expresión perfecta a la aceptación cristiana de la muerte. Asimismo, merece ser mencionado Gómez Manrique.
La lírica culta de este siglo, en la que se impone la lengua castellana frente al gallego-portugués, es principalmente de carácter cortesano. La producción poética de la época aparece agrupada en cancioneros, antologías que recogen poemas de uno o varios autores. Aunque los temas son variados, el amor es el que predomina, presentado habitualmente con las características del amor cortés. Entre los cancioneros más destacados se encuentran el de Baena, recopilado por Juan Alfonso de Baena, o el de Stúñiga, que toma su nombre del primer poeta que se encuentra en él, Lope de Stúñiga.
En la lírica popular, destacan las historias de los poemas épicos, que estaban reunidas en los romanceros, colecciones de romances que se cantaban con acompañamiento instrumental. Con las modificaciones introducidas por los juglares, el romancero adoptó su forma definitiva, ocupándose también de los acontecimientos de cada época. Destacan también los villancicos, composiciones líricas de arte menor, formadas por estribillo y glosa, con un origen medieval, común a las jarchas y las cantigas de amigo, pero cuyos primeros testimonios escritos aparecen en este siglo.
Durante el siglo XV floreció la literatura satírica e histórica. Con el reinado de los Reyes Católicos comienza una nueva etapa en la literatura española, que se caracteriza por el pleno desarrollo del humanismo y la lectura directa de los textos clásicos de Roma y Grecia. El humanista más destacado de la época fue el gramático y lexicógrafo Antonio de Nebrija, autor de la Gramática de la lengua castellana (1492). En este periodo cobró también forma definitiva la novela de caballerías española más famosa e imitada, el Amadís de Gaula (1508), publicándose posteriormente muchas novelas de caballerías a semejanza suya. Destacan en esta época otros nombres como Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera, autor del Corbacho; Diego de San Pedro y su Cárcel de amor, o el cronista Hernando del Pulgar.
La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Melibea (1499), escrita por Fernando de Rojas, es otra de las obras más significativas de la literatura española. La Celestina es una novela dialogada que combina elementos narrativos y teatrales. Las fuentes literarias de esta obra, que ejerció una influencia considerable en la literatura posterior, son latinas y medievales, pero expresan un concepto de la vida que difiere con radicalidad del espíritu religioso de la edad media. El argumento desarrolla una historia de amor apasionado: el joven Calisto busca la ayuda y la complicidad del siervo Sempronio y la trotaconventos o alcahueta Celestina, para convencer a Melibea de que le entregue su amor. Las vidas de estos personajes se entrelazan de tal manera que es la causa de su perdición. Nunca hasta entonces se había presentado la tragedia de la vida en la literatura española con tal profundidad psicológica y tanta maestría en el manejo de los medios de expresión. La madurez artística y el dominio de los registros estilísticos de Fernando de Rojas fueron un modelo valiosísimo para los escritores del siglo de oro español, que se inició poco después de la publicación de esta obra pionera.


3

El renacimiento y el siglo de oro


Bajo el reinado de Carlos I, España dominó gran parte de Europa y estableció un imperio colonial en América. Durante este periodo los escritores españoles siguieron las tendencias filosóficas y artísticas del renacimiento. En el campo de las ideas, Erasmo de Rotterdam fue quien ejerció mayor influencia. Las obras de algunos de sus discípulos españoles, entre los que se encontraban el filósofo Luis Vives y el teólogo Juan de Valdés, fueron muy leídas y se tradujeron a diversas lenguas europeas. Lo mismo cabe decir de las obras de su contemporáneo Antonio de Guevara, divulgador e historiador franciscano. Durante este periodo se escribieron diálogos humanísticos, especialmente por parte de los seguidores de Erasmo, y se cultivó la historiografía. Los historiadores más importantes del renacimiento y el siglo de oro español son Diego Hurtado de Mendoza y el jesuita Juan de Mariana.
 
3.1

Temas y estilos poéticos

La poesía bucólica o pastoril, que pinta la vida y costumbres de pastores o de personajes que se hacen pasar por pastores, es otro de los géneros que florecieron durante el siglo de oro. Los temas y ambientes de la poesía pastoril, junto con formas métricas italianas como el soneto, la octava, la canción, el terceto y el verso libre, fueron utilizados por primera vez de manera habitual por Juan Boscán y Garcilaso de la Vega. Garcilaso fue no solo un innovador en el uso de la métrica italiana y los temas bucólicos, sino también un excelente poeta capaz de transmitir sentimientos auténticos en versos de una serenidad clásica. Curiosamente siempre se le ha considerado modelo de lengua y métrica, y no sufrió el ostracismo de los neoclásicos y románticos, que sí padecieron Góngora y otros poetas del siglo de oro.
En la literatura española, más que en la de otros países, la innovación rara vez sustituye por completo a las tradiciones establecidas. De este modo, los usos poéticos antiguos y nuevos coexistieron durante el siglo XVI. Así, en paralelo a la novedad que representa Garcilaso, se desarrolla la obra poética de Cristóbal de Castillejo, representante de la tradición castellana. La vida religiosa en España se intensificó a mediados del siglo XVI, en parte como consecuencia de la preocupación que sentían los católicos españoles por la Reforma protestante. El nuevo estilo poético se acomodó a la expresión de actitudes espirituales muy alejadas de la poesía pastoril. El primer gran poeta de este género fue fray Luis de León, en cuyos versos la devoción cristiana se conjuga con el culto a la belleza, el amor a la naturaleza y la búsqueda de la serenidad clásica característica del renacimiento. Fray Luis de León, inspirado por Petrarca, Virgilio y Horacio, compuso Vida retirada, Oda a Salinas y numerosos textos en prosa. Se le acusó de haber traducido al castellano, a partir del texto hebreo, el Cantar de los cantares, lo que violaba el Concilio de Trento, que prohibía traducir los textos a una lengua vulgar; el proceso, en el que finalmente fue declarado inocente, duró cinco años.
San Juan de la Cruz, contemporáneo de fray Luis, compuso lo que para muchos críticos son los versos más intensos y radiantes de la lengua española. En estos poemas intenta expresar —en términos de amor humano— la inefable experiencia mística de la unión del alma humana con Dios. Otros poetas importantes de esta época son Gutierre de Cetina y Fernando de Herrera, quien cultivó el estilo barroco característico del siguiente periodo de la literatura española.
La poesía barroca, que se caracteriza por la proliferación de metáforas y otros recursos retóricos típicos del renacimiento, alcanzó sus cotas más altas en el siglo XVII. Los mejores ejemplos corresponden a las complejas, y en ocasiones rebuscadas, obras de Luis de Góngora y Argote. De su nombre procede el término gongorismo, con el que se designa el estilo de la poesía española del barroco fuera de España. Góngora ha sido criticado con frecuencia por la tremenda complejidad y artificiosidad de gran parte de su obra, pese a lo cual sigue siendo considerado uno de los maestros indiscutibles de la poesía española. Otra figura señera de la literatura española es Francisco de Quevedo y Villegas —poeta, novelista, ensayista y satírico—, que cultivó una poesía llamada conceptista, de corte algo más intimista y burlesca, con un matiz claramente personal, pero que no ignora, sin embargo, los versos graves y moralistas (véase Barroco: Culteranismo y conceptismo).
 
3.2

Prosa religiosa

Durante los dos últimos tercios del siglo XVI, diversos autores místicos y ascéticos (véase Ascética) escribieron obras de considerable importancia. Entre ellos cabe destacar al dominico fray Luis de Granada —cuyos escritos reflejan tanto su ascetismo como su profundo amor a la naturaleza— y, sobre todo, a la mística santa Teresa de Jesús, que creó una nueva simbología para expresar sus experiencias místicas. En sus tratados, santa Teresa de Jesús alcanza la espontaneidad y la frescura de la lengua coloquial y reclama para la literatura la misma sencillez que defiende para su vida en la Tierra. El teólogo más importante del siglo de oro fue el filósofo escolástico Francisco Suárez, cuyas obras están escritas en latín.
 
3.3

Nuevos géneros literarios

Hacia 1550 surgen varios géneros literarios hasta entonces desconocidos. Entre ellos se encuentran la novela pastoril, la novela morisca y la novela picaresca.
La novela pastoril, que narra las aventuras y desventuras amorosas de pastores idealizados, es un género que ya había florecido con antelación en Italia y Portugal. El ejemplo más notable de novela pastoril en lengua española es La Diana, del portugués Jorge de Montemayor.
La novela morisca fue una invención española que combinó las tendencias literarias de los siglos anteriores con las del siglo XVI, presentando los relatos caballerescos de la guerra contra los moros en forma de novela. Su primer ejemplo es el relato anónimo Historia de Abencerraje y la hermosa Jarifa (1598).
Tanto las novelas pastoriles como las moriscas presentan imágenes idealizadas de la naturaleza humana. Por el contrario, la novela anónima Lazarillo de Tormes (1554) muestra una visión pesimista de la sociedad a través de los ojos de un pícaro que sirve a diversos amos. Esta obra es el prototipo de la novela picaresca que floreció a comienzos del siglo XVII. El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y la Historia de la vida del Buscón, de Quevedo, son los ejemplos más sobresalientes del género picaresco. Este género literario alcanzó un gran éxito en España y en el extranjero, influyendo de manera determinante en la novela europea del XVIII.
Los escritores de novela picaresca presentan una visión sombría de la humanidad, no menos distorsionada a su manera que la imagen idealizada de la literatura bucólica o de caballerías. En contraposición a esa visión deformada de la naturaleza humana, la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, y en especial Don Quijote de la Mancha (1605-1615), presenta una imagen completa de la humanidad, que refleja tanto su grandeza como sus debilidades. Es probable que Cervantes comenzara a escribir el Quijote con la única intención de tramar una historia divertida y burlarse de la moda de los libros de caballerías, que constituían la literatura de evasión en aquella época. Desde las primeras páginas, sin embargo, el libro presenta una historia cuya naturaleza multidimensional alcanza un grado al que hasta entonces ninguna narrativa europea se había aproximado. Loco y sabio, grotesco y admirable, Don Quijote se muestra ante el lector como un ser humano verosímil y creíble, a pesar de su compleja naturaleza y de los vaivenes a que lo somete el enfrentamiento de su mundo onírico con la realidad. Igual de creíble y complejo es el personaje de su escudero, Sancho Panza. El prosaico punto de vista del escudero contrasta, moderándolas, con las ilusiones de su señor; y lo cómico es que Sancho, al mismo tiempo, las comparte. El libro ofrece un cuadro completo de la sociedad española y universal en una asombrosa diversidad de temas, personajes, ideas y técnicas narrativas.
La influencia de Don Quijote de la Mancha se extiende a lo largo de los siglos. Cada periodo sucesivo de la cultura europea ofrece su propia interpretación de la novela y la considera un modelo para nuevos tipos de narrativa. Los doce relatos que componen las Novelas ejemplares (1613), obra también de Cervantes, tienen una gran fuerza narrativa, y su imaginativa novela bizantina Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1619) es una de las obras maestras de la prosa barroca española.
 
3.4

Prosa no narrativa

Las obras no narrativas próximas al ensayo fueron uno de los principales logros de la literatura española del siglo XVII. Entre los ejemplos más destacados de este género se encuentran las Empresas políticas (1640), de Diego Saavedra Fajardo, en las que el autor analiza su idea del príncipe cristiano ideal; la sátira Los sueños (1627), de Quevedo, una serie de fantasmagorías que se proponen fustigar los vicios de la sociedad; y la novela alegórica El criticón (1651-1657), de Baltasar Gracián, que presenta una interpretación pesimista de todas las experiencias humanas, exceptuando el esfuerzo intelectual, y que influyó notablemente en filósofos europeos de la talla de Schopenhauer y Nietzsche que comprendieron, quizá mejor que dentro de España, la profundidad y la sutileza del pensamiento de Gracián. Todas estas obras emplean el estilo denominado conceptismo, que se caracteriza por su extraordinaria concisión.
Una de las figuras más importantes de la historia de la literatura española es Francisco de Quevedo, cuyos brillantes escritos analizan los males políticos, económicos y sociales de España. Los ensayos políticos —Política de Dios (1635), Marco Bruto (1644)— representan solo un aspecto de su prosa, que también incluye obras ascéticas, filosóficas y satíricas. Obsesionado con la grandeza del pasado y la decadencia del presente, Quevedo quiso reflejar también el desencanto, la violencia y lo grotesco. Su poesía, que abarca desde lo amatorio hasta la política y la sátira, es rica y variada. Manejó con maestría tanto el tono clásico como el popular.
 
3.5

Teatro

En el siglo de oro español, el teatro fue el género literario que más tardó en alcanzar su pleno desarrollo. En sus orígenes se sitúan Juan del Encina, vinculado aún a la tradición medieval y considerado iniciador del poema dramático castellano, Lucas Fernández y Bartolomé Torres Naharro, introductor de elementos característicos del teatro del siglo XVII. Entre las primeras piezas teatrales se encuentran las obras líricas escritas a principios del siglo XVI por el fundador del teatro clásico portugués, el poeta y dramaturgo Gil Vicente, que escribió parte de su obra en español. En la dramática de este primer periodo destacan también los entremeses de Lope de Rueda y de Cervantes. El poeta y dramaturgo Juan de la Cueva escribió dramas históricos de concepción clásica. Otro dramaturgo importante del siglo de oro fue Guillén de Castro, cuya obra más conocida es Las mocedades del Cid (1618).
Nadie representa mejor la dramaturgia española que Lope de Vega. Toda su obra, incluida la poesía, la narrativa y en especial su abundante producción dramática, rezuma el encanto y la naturalidad del arte popular, aunque Lope de Vega fuera un hombre de letras muy admirado por su magistral dominio de la técnica literaria.
La ‘comedia nueva española’, definida y perfeccionada por Lope, es una obra en tres actos que combina elementos de la comedia y de la tragedia. Está escrita en verso utilizando diferentes estructuras métricas y se desentiende de los preceptos clásicos de la construcción dramática. Más dinámico y poético que psicológico o filosófico, este tipo de teatro pretendía agradar a todas las clases sociales, desde las más doctas hasta las más incultas. Aunque las obras de Lope se sirven de una enorme variedad de temas y argumentos, la mayoría de ellas abordan asuntos históricos derivados del romancero, temas rurales y conflictos relativos a la afirmación de la dignidad personal. Se conservan unas 500 obras teatrales de Lope de Vega, aunque probablemente escribió muchas más. Algunas de las más conocidas son Fuenteovejuna (1612-c. 1614), Peribáñez y el Comendador de Ocaña (1614-c. 1616) y El caballero de Olmedo (1620-1625).
Algunos aspectos de la comedia nueva española fueron perfeccionados por aventajados discípulos de Lope de Vega, como Tirso de MolinaEl burlador de Sevilla y convidado de piedra (1627) fue la primera obra literaria formal en la que aparece como personaje el legendario seductor Don Juan— y Juan Ruiz de Alarcón, que dio un contenido moral a sus comedias corteses de costumbres.
El teatro del siglo de oro alcanza su esplendor con Calderón de la Barca, el gran poeta dramático del barroco. Sus obras teatrales tienen estructuras simétricas y complejas, y un grado de coherencia que falta en las piezas de Lope de Vega. En la obra más conocida del teatro español y una de las más importantes —La vida es sueño (1635)—, Calderón hace ver lo efímero de la existencia y, al mismo tiempo, demuestra el origen divino de la vida. El alcalde de Zalamea es el ejemplo perfecto de drama rural centrado en un conflicto de honor. Calderón es asimismo el maestro indiscutible de una de las creaciones más interesantes del siglo de oro, los autos sacramentales, que es una forma de drama religioso basada en el uso de la alegoría. Entre los escritores influidos directamente por Calderón cabe citar a Francisco Rojas Zorrilla y a Agustín Moreto.
4

Siglos XVIII y XIX


España comenzó a declinar en el plano político y económico en el siglo XVII; hacia finales del siglo comenzó a decaer también en el terreno de la creatividad artística. La decadencia continuó a lo largo de la guerra de Sucesión (1702-1714) y durante los reinados de los primeros monarcas borbónicos (1700-1759). El único escritor español de auténtico mérito durante la primera mitad del siglo XVIII fue Benito Jerónimo Feijoo. Auténtico paladín de la libertad, la razón y el conocimiento científico, Feijoo combatió de una forma radical con sus ensayos la ignorancia y la estrechez de miras de sus contemporáneos.
 
4.1

Neoclasicismo

Durante el reinado del ilustrado Carlos III (1759-1788), la influencia francesa en España condujo a la adopción de formas artísticas neoclásicas y a una nueva manera de ver e interpretar el mundo. Estas tendencias, que no llegaron a ser aceptadas por el pueblo, fueron introducidas en la literatura dramática española por Nicolás Fernández de Moratín y más tarde por su hijo Leandro Fernández de Moratín, cuya obra más famosa es El sí de las niñas (1806). Por otra parte, don Ramón de la Cruz continuó la tradición española con sus sainetes (comedias de un solo acto sobre temas populares).
Los neoclásicos españoles demuestran por lo general un conocimiento muy limitado del arte del siglo de oro; su poesía lírica refleja influencias tanto extranjeras como de ciertos poetas renacentistas españoles, en especial fray Luis de León, y emplean la métrica tradicional española.
Las contribuciones más duraderas a la literatura durante este periodo se encuentran en las obras de Nicolás Fernández de Moratín y de su hijo Leandro, de Gaspar Melchor de Jovellanos y de Juan Meléndez Valdés. José Cadalso destaca tanto por su poesía y su obra dramática como por sus ensayos, entre los que se incluyen las Cartas Marruecas (publicadas sueltas en el Correo de Madrid de 1788 a 1789 y en volumen en 1793), que ofrecen una visión crítica de la sociedad española. Un género característico de este siglo y que alcanzó cierta relevancia es la fábula, narración en verso o prosa con fines didácticos, cultivado entre otros por Félix María Samaniego y por Tomás de Iriarte. En esta época merece también destacarse los nombres de Diego de Torres Villarroel, en cuya obra se nota un claro influjo de Quevedo; Nicasio Álvarez de Cienfuegos, poeta de la escuela de Menéndez Valdés; José Francisco de Isla, autor de la novela Historia del famoso fray Gerundio de Campazas, y el dramaturgo Vicente García de la Huerta.
La invasión napoleónica (1808) y el régimen absolutista (1814-1833) de Fernando VII coartaron la actividad literaria durante las tres primeras décadas del siglo XIX. Los mejores poetas de este periodo, como Manuel José Quintana, expresaron actitudes románticas en obras de forma clásica.
 
4.2

Romanticismo

Pese a que el siglo de oro español había servido de inspiración y modelo a escritores románticos de otros países, España no alumbró autores románticos significativos hasta la década de 1830. Aunque en la fase inicial del romanticismo se encuentra la obra del escritor y político Francisco Martínez de la Rosa, fue Ángel Saavedra, duque de Rivas, el que introdujo con éxito este movimiento en el teatro español, con su obra Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Discípulo del duque de Rivas fue el poeta y dramaturgo José Zorrilla, quien comparte con aquel el mérito de haber recuperado los temas legendarios e históricos en brillantes poemas narrativos. Otro nombre a destacar es el del dramaturgo Juan Eugenio Hartzenbusch. El espíritu romántico de rebeldía está representado por José de Espronceda, considerado por algunos críticos como el mejor poeta español de este periodo. Para muchos, sin embargo, la obra de Espronceda se ve superada por la de Gustavo Adolfo Bécquer, quien, además de su obra en prosa dedicada a resucitar el gusto por lo sobrenatural y el misterio de épocas remotas titulada Leyendas, asentó su fama sobre su obra poética, Rimas, que fue componiendo a lo largo de su vida. Las Rimas son composiciones breves y generalmente con rima asonante que tratan diversos temas, desde el motivo de la poesía y sus fundamentos, hasta el amor y la soledad.
Otra representante de este periodo de renovación es Rosalía de Castro, que escribe tanto en castellano como en su lengua materna, el gallego, y en una etapa que podría considerarse posromántica, se sitúa el poeta Ramón de Campoamor.
La prosa romántica de más calidad se encuentra en los escritos de los costumbristas, autores que describieron al pueblo y sus costumbres desde una nueva perspectiva y que a menudo desarrollan su labor desde las páginas de los periódicos. Uno de los autores más destacados del costumbrismo es Mariano José de Larra, cuyos artículos satíricos describen una sociedad a la que critica sin pudor, con una prosa directa y moderna. Su novela El doncel de Don Enrique el Doliente sigue la moda de la novela histórica impuesta por Walter Scott y continuada en España principalmente por Enrique Gil y Carrasco, autor de El señor de Bembibre. Otro representante destacado de la corriente costumbrista es Ramón de Mesonero Romanos, cuya obra se desarrolla en la ciudad de Madrid. La narrativa, por el hecho de aparecer también en los periódicos, experimenta un crecimiento de lectores, especialmente la novela de folletín que aparece por entregas o capítulos a lo largo de varios días o semanas en la prensa.
 
4.3

Realismo

En la segunda mitad del siglo XIX, se produce un cambio en el pensamiento y la cultura españoles que tuvo su traducción en un nuevo movimiento literario: el realismo. En los orígenes de la novela realista española hay que situar a Fernán Caballero, seudónimo con el que se conocía a la escritora Cecilia Böhl de Faber, autora de La gaviota. El realismo español alcanzó su máximo esplendor con la obra de Benito Pérez Galdós, quien figura entre los grandes novelistas europeos de todos los tiempos. En una serie de 46 relatos históricos agrupados bajo el título de Episodios nacionales (1873-1879 y 1898-1912), Galdós interpreta la historia del siglo XIX de España en forma novelada. Por otra parte, Galdós escribió novelas de tesis en las que se abordan los problemas religiosos, sociales o políticos. Su tesis principal —la maldad de la intolerancia religiosa— es desarrollada con vigor en su novela Doña Perfecta (1876), pero sus obras maestras son una serie de novelas realistas, entre las que destaca Fortunata y Jacinta (1887), que retratan la sociedad madrileña.
Otros novelistas describieron la vida en diversas regiones españolas: José María de Pereda retrató la vida de Santander; Pedro Antonio de Alarcón y Juan Valera, la de Andalucía; y la condesa Emilia Pardo Bazán, la de Galicia. Pardo Bazán y Clarín (seudónimo del novelista Leopoldo Alas) adoptaron las técnicas del naturalismo. Mención especial merece la única novela larga que escribió Clarín, La regenta, considerada la mejor novela española del siglo XIX. Valera, por el contrario, se distingue de los realistas por su afán de perseguir la belleza más que la exactitud. Los otros dos novelistas de este periodo que adquirieron renombre internacional son Armando Palacio Valdés y Vicente Blasco Ibáñez, que en sus novelas retrata la realidad más dura de los trabajadores de la huerta valenciana.
5

Siglo XX


El siglo XIX español se cierra con el llamado desastre del 98, la pérdida de las últimas colonias de Ultramar. La historia de España a partir de ese momento y hasta el estallido de la Guerra Civil (1936) vive un periodo de gran actividad: reinado de Alfonso XIII, dictadura de Primo de Rivera y II República española.
 
5.1

Literatura de preguerra

En estos años (1898-1936) el desarrollo de la cultura alcanza un gran esplendor. La enorme calidad y el protagonismo de los intelectuales, literatos y artistas de la época, así como la presencia de destacadas instituciones culturales como la Residencia de Estudiantes o la Institución Libre de Enseñanza, han hecho que a esta etapa se la conozca como la edad de plata de la cultura española. Los protagonistas de estos años de actividad cultural suelen ser clasificados en grupos o generaciones: modernismo, generación del 98, novecentismo o generación de 1914, vanguardias y generación del 27.
Los miembros de la generación del 98 y los de la corriente modernista comparten el afán renovador y la necesidad de mostrar su disconformidad con la realidad que los rodea. Los primeros llevarían a cabo una profunda transformación del estilo y las técnicas literarias españolas y mostrarían su disconformidad de forma analítica, a través de la crítica y la oposición directas. Los modernistas, preocupados esencialmente por la estética, tenderían a la evasión.
Pese a que los miembros de la generación del 98, que incluye a figuras tan dispares como Miguel de Unamuno, Antonio Machado, José Martínez Ruiz (Azorín), Pío Baroja y Ramiro de Maeztu, poseían estilos muy diferentes, tenían en común, como consecuencia de su actitud crítica, una conciencia de la necesidad de liberalizar y modernizar España, así como una noción sentida y profunda de la idiosincrasia española. Los escritos de Unamuno, en concreto sus vigorosos ensayos y poemas, expresan una filosofía que tiene ciertas similitudes con el existencialismo. El paisaje, la historia, las gentes y el espíritu de Castilla reciben la expresión más auténtica de los últimos tiempos en los poemas de Antonio Machado, así como en los artículos y ensayos de Azorín. Pío Baroja, autor de los 20 volúmenes que componen las Memorias de un hombre de acción, es, para algunos, el mejor novelista español después de Pérez Galdós. Jacinto Benavente —autor de Los intereses creados (1907)— recibió el Premio Nobel de Literatura en 1922 y fue el dramaturgo español más distinguido de su época. Asimismo, el filólogo Ramón Menéndez Pidal, en sus trabajos críticos, comparte con los autores anteriores una misma visión de España.
En este grupo suele incluirse a Ramón del Valle-Inclán, por su perspectiva del tema de España. Sus obras, que expresan la actitud artística conocida como esteticismo, es decir, la concesión de importancia primordial a la belleza, anteponiéndola a los aspectos intelectuales, religiosos, morales o sociales, hacen que Valle-Inclán sea considerado también uno de los más brillantes representantes del modernismo español.
Fue el poeta nicaragüense Rubén Darío el introductor de la corriente modernista en España. Su obra se caracterizó por la gran originalidad de sus imágenes, ritmos y rimas, aunque cada poeta modernista adoptaría una voz propia y original; así Manuel Machado y Francisco Villaespesa fueron los más próximos al modernismo hispanoamericano, mientras que Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez desarrollaron un lenguaje más personal y una temática diferenciadora. Algunas obras de otros escritores como Emilio Carrere o Rafael Cansinos Assens se incluyen también en esta corriente.
En la segunda década del siglo XX surge un grupo de autores alrededor del pensador José Ortega y Gasset que comparten la preocupación por España de la generación anterior, pero con una mentalidad más europeísta y racional. Son los novecentistas, también conocidos como generación de 1914, por la importancia que en ellos tuvo la I Guerra Mundial. Las ideas que Ortega expuso en sus obras Meditaciones del Quijote e Ideas sobre la novela influyeron directamente sobre este grupo de jóvenes escritores, al que pertenecen nombres tan importantes de la literatura española como los del novelista, poeta y crítico Ramón Pérez de Ayala; el novelista y ensayista Gabriel Miró; el novelista, dramaturgo y crítico Ramón Gómez de la Serna —creador del género de las greguerías—, que fue el máximo exponente del vanguardismo y el expresionismo literario en España; el crítico y ensayista Eugeni d’Ors; el médico y ensayista Gregorio Marañón; y el poeta Juan Ramón Jimenez, impulsor de la poesía pura, referencia de la literatura posterior y maestro de la poesía española contemporánea, quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1956. Otros escritores de este periodo son el ensayista Salvador de Madariaga y el político, ensayista y novelista Manuel Azaña.
Las vanguardias, íntimamente relacionadas con los novecentistas por su afán de cambio estético y ético, entran en España de la mano de Gómez de la Serna y adquieren su mayor impulso con la llegada de Vicente Huidobro en 1918. A partir de entonces se configuran en España dos movimientos principales: el ultraísmo, con Rafael Cansinos-Assens y Guillermo de Torre, y el creacionismo, representado por Huidobro, Juan Larrea y Gerardo Diego.
El contacto con corrientes vanguardistas, con lo mejor de la tradición simbolista, así como la lectura de los clásicos castellanos y la lírica tradicional, enriquecerán el lenguaje y la visión de una brillante generación de poetas, conocida como la generación del 27, que floreció a finales de la década de 1920 y durante toda la de 1930. El más conocido de estos poetas es Federico García Lorca, quien dio expresión al espíritu popular de España en sus poesías y obras teatrales con un lenguaje abiertamente simbólico y surrealista que se funde con el habla cotidiana del pueblo. La personalidad arrolladora de García Lorca, junto con la potencia y la riqueza de su inspiración, lo convirtieron en una de las máximas figuras de la literatura en España. Otros poetas destacados de esta generación son Pedro Salinas, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Rafael Alberti y Vicente Aleixandre. Asimismo, los nombres de los poetas Manuel Altolaguirre y Emilio Prados también se encuentran vinculados a este movimiento. La obra de Guillén se agrupa, bajo el título de Aire nuestro, en tres libros: Cántico, Clamor y Homenaje. Guillén tuvo que exiliarse por motivos políticos en 1939, y sus versos reflejan un pesimismo creciente. Aleixandre, que obtuvo el Premio Nobel en 1977, ejerció una considerable influencia sobre otros poetas españoles. Su obra poética, que comienza con Ámbito (1928), adapta con inmensa creatividad la experiencia renovadora del surrealismo. La influencia de esta formación generacional se reflejó en poetas del otro lado del Atlántico, como el peruano César Vallejo y los chilenos Pablo Neruda y Vicente Huidobro, entre otros.
A caballo entre la generación del 27 y una voz propia, imposible de clasificar, está el poeta alicantino Miguel Hernández, quien fue elogiado de forma unánime tras la publicación de El rayo que no cesa (1936). Su trayectoria poética y su amistad con el grupo del 27 lo sitúan entre ellos, como ‘genial epílogo del grupo’, como lo calificó Dámaso Alonso. Nacido en una familia muy humilde, su formación autodidacta no le impidió elevarse como uno de los poetas más leídos en España. Algunas de sus obras, casi siempre comprometidas políticamente con el bando republicano que luchó durante la Guerra Civil, son Viento del pueblo y Cancionero y romancero de ausencias.
Además de Benavente, representante de la comedia burguesa, en estos años destacan dramaturgos como Eduardo Marquina y su teatro poético, Carlos Arniches, Pedro Muñoz Seca y los hermanos Álvarez Quintero, autores costumbristas. 

5.2

Literatura de posguerra

La corriente literaria iniciada por la generación del 98 se trunca durante la Guerra Civil (1936-1939), cuando la mayoría de los intelectuales fueron silenciados u obligados a tomar el camino del exilio. La literatura recuperó su vigor después de la II Guerra Mundial, con una generación nueva que tomó el relevo de la desaparecida. Ver Literatura española del exilio.
En el campo poético, la Guerra Civil provocó la ruptura y el aislamiento de los poetas españoles con el resto de la intelectualidad europea. Los poetas exiliados continuaron su obra fuera de España y otros se entregaron a un exilio interior que les permitía expresar sus sentimientos con una cierta libertad y sin temor a represalias por parte del régimen. Algunos poetas, que ya habían iniciado su carrera antes de la guerra, como Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, José García Nieto o Luis Felipe Vivanco, optan por una recuperación de la tradición renacentista. Otros poetas, por lo general más jóvenes, buscan temas más humanos y llegan, en algunos casos, a formar una poesía de protesta social. Es el caso de Gabriel Celaya, Blas de Otero, Carlos Bousoño o José María Valverde. La generación del 36 se caracteriza por la expresión de su fe religiosa y por su intimismo. Fueron poetas disconformes con la situación política y social creada tras la Guerra Civil española, pero que en vez de enfrentarse con el régimen establecido optaron por una poesía personal y sincera sobre la naturaleza, la fe religiosa y otros temas íntimos. En estos años destacan otros nombres como los de Eduardo Chicharro y Carlos Edmundo de Ory, fundadores del grupo vanguardista conocido como postismo, así como los de los poetas Victoriano Crémer, Rafael Morales, Vicente Gaos o Eugenio de Nora.
En la década de 1950 aparece una serie de poetas que dan una gran importancia al sentido social de la poesía y a los valores de la vida cotidiana. Con estos puntos en común surge, alrededor de Carlos Barral, el llamado ‘grupo de Barcelona’, al que pertenecen José Agustín Goytisolo o Jaime Gil de Biedma. Paralelamente, se desarrolla la trayectoria de otros poetas ilustres, como Ángel González, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Francisco Brines o José Manuel Caballero Bonald, conocido posteriormente también por su obra narrativa. Asimismo, hay que mencionar a José Hierro, cuyos versos representan el antiesteticismo, el compromiso social y la preocupación por España que caracterizan a otros poetas del momento. Entre los numerosos poetas surgidos a partir de la década de 1960 cabe destacar a Antonio Colinas, Jaime Siles o Luis García Montero, así como a los jóvenes poetas incluidos en la antología de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970), conocidos, por ello, como el grupo de los novísimos: José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Antonio Martínez Sarrión, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix, Leopoldo María Panero y Manuel Vázquez Montalbán, poetas que en aquella época significaban fundamentalmente modernidad e intuición estética. Aunque algo más jóvenes, en estos años comienzan a destacar también Luis Alberto de Cuenca, Andrés Sánchez Robayna y Luis Antonio de Villena, que ha desarrollado también una importante obra narrativa.
En cuanto a la novela de esta época, en los primeros años de la posguerra encontramos a autores como Juan Antonio de Zunzunegui y otros que representan la estética falangista imperante, como Rafael Sánchez Mazas, Max Aub o Gonzalo Torrente Ballester, que se dio a conocer en este momento, aunque su obra se extiende a lo largo de los años. Su trilogía llamada Los gozos y las sombras podría considerarse uno de los primeros éxitos de ventas de la literatura española. Después con La saga/fuga de J.B. abre el camino de fantasía y realidad entremezcladas que seguiría Álvaro Cunqueiro. Una de las mejores novelas de Francisco Ayala, crítico y sociólogo además de novelista, es Muertes de perro (1958), que describe el mundo esperpéntico de una dictadura americana. Las novelas La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, y Nada (1944), de Carmen Laforet, figuran entre las más destacadas de un nuevo tipo de realismo conocido como tremendismo, que se caracteriza por la presencia del antihéroe y la insistencia en los aspectos más sórdidos y desagradables de la vida. Cela, galardonado con el Premio Nobel en 1989, escribió novelas de estilos muy diferentes y es también conocido por sus libros de viajes. La colmena (1951) es, para algunos, su mejor novela. En la década de 1950 hay que mencionar también a los narradores Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite y Juan García Hortelano.
Una variante más tradicional de realismo es la que representan las obras de escritores como José María Gironella, autor de Los cipreses creen en Dios (1953), que inauguró una saga de conflictos familiares que simbolizan las disputas políticas que condujeron a la Guerra Civil española. Miguel Delibes destaca por sus libros de viajes y novelas realistas, entre las que sobresalen La sombra del ciprés es alargada (1948) y Cinco horas con Mario (1966). Ana María Matute, que ingresó en la Real Academia Española en 1996, y que suele emplear un realismo exagerado pese a sus arranques líricos, encuentra en la infancia uno de sus temas habituales y es autora de libros como Los niños tontos (1956) y Primera memoria (1959). El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, es una novela objetiva en extremo, de estilo innovador en su época que su autor no tardaría en abandonar. Las novelas de Juan Goytisolo abordan problemas existenciales y son un alegato contra el vacío histórico de la sociedad española; entre sus obras más famosas se encuentran Reivindicación del conde don Julián (1970) y Paisajes después de la batalla (1982). Entre las novelas de Ramón J. Sender, considerado por algunos como el novelista más importante de esta generación, se incluyen Mr. Witt en el cantón (1935), Crónica del alba (1942) y Réquiem por un campesino español (1960). En 1962, Luis Martín Santos con su novela Tiempo de silencio desmontó la novela tal y como se conocía hasta entonces, y Juan Marsé, con Últimas tardes con Teresa (1965) abrió un camino hacia la novela crítica y creativa. Por otro lado, merecen destacarse algunos nombres en el terreno del ensayo, como los de los filósofos Julián Marías, José Gaos o María Zambrano, discípulos de Ortega y Gasset, el del escritor y crítico literario Ricardo Gullón y el del filólogo e historiador Américo Castro.
El mismo proceso que siguió la poesía posbélica se puede observar en la narrativa de este periodo. Pero en este caso las influencias foráneas desde James Joyce a William Faulkner, John Dos Passos, Franz Kafka o André Gide supusieron innovaciones temáticas y estilistas, cuyo resultado fue una rica diversidad de obras y autores, de tal manera que se puede afirmar que de “los cinco millones de procedimientos que hay para contar una historia —según Henry James— se están empleando todos”. Así, la experimentación y la búsqueda de nuevas técnicas y formas de expresión dominan la narrativa en los primeros años de la década de 1970, para, posteriormente, ir dando paso a enfoques más intimistas e incluso líricos. Algunos de los narradores mas destacados de estos años son Manuel Vázquez Montalbán, que a pesar de darse a conocer como poeta, se convirtió en uno de los principales representantes de la novela policiaca y de intriga; Eduardo Mendoza, autor de La verdad sobre el caso Savolta (1975), considerada punto de partida de la narrativa actual española; Luis Mateo Díez, o Soledad Puértolas.
En relación al teatro, dejando a un lado las tragedias líricas y simbólicas de García Lorca, durante la posguerra se prolonga la comedia intrascendente y el drama. Algunos de sus creadores son José María Pemán o Edgar Neville. La comedia encuentra sus máximos representantes en Enrique Jardiel Poncela y más tarde en Miguel Mihura. Cabe citar también a Alejandro Casona, de cuyo simbolismo es muestra La dama del alba (1944), y a Antonio Buero Vallejo, cuya Historia de una escalera (1949) es un buen ejemplo de su teatro realista con alusiones existencialistas. La producción más comercial viene de la mano del prolífico Alfonso Paso y de sus comedias de enredo. También son dignos de mención Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte, 1953), Lauro Olmo (La camisa, 1962), y Fernando Arrabal, representante del llamado teatro pánico, que revolucionó la escena española de la década de 1960. En los años posteriores desarrollaron su actividad dramática autores como Ana Diosdado, José Ruibal o José Matilla.
6

Literatura española actual


Con la llegada de la democracia (véase Transición española), la literatura española se hace cosmopolita, se desprende de la censura, se enriquece con los escritores que regresan del exilio y se contagia del boom de la novela hispanoamericana. La pluralidad es la característica más sobresaliente en la literatura que se hace en la España de los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI. Tendencias como el experimentalismo y la renovación de géneros clásicos se mezclan, mientras que llama la atención la presencia de numerosas escritoras, en relación con épocas anteriores, que muestran la óptica de la nueva mujer española. 

6.1

Poesía

A partir de 1980 —por marcar una referencia— la poesía española se ha hecho individual, fuera de grupos y escuelas. Cada creador se afirma y busca su expresión lingüística y estética, pero sin enfrentamientos con las generaciones y tendencias anteriores; es el caso de Blanca Andreu, Luisa Castro o César Antonio Molina, cuyas obras se aproximan en ocasiones al surrealismo. Aunque dentro de esta libertad creadora individualista, también surgen los poetas que miran atrás, que intentan acercarse a los clásicos, sin olvidar las innovaciones de la poesía contemporánea, como Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena, Andrés Trapiello o Antonio Carvajal. A pesar de este individualismo, quizá sí se pueda hablar de una corriente relativamente extendida en estos años, la poesía de la experiencia, caracterizada por la expresión de vivencias cotidianas personales, utilizando, por lo general, un lenguaje coloquial y un tono irónico. Algunos de sus principales representantes son Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes o Fanny Rubio. Destacan, asimismo, otros nombres, como Jon Juaristi y su poética de conciencia social; Julio Llamazares, creador de una poesía de carácter épico; Ana Rossetti, que ha cultivado la poesía de carácter erótico; y entre los poetas más recientes, Vicente Gallego, Almudena Guzmán, Leopoldo Alas, Miriam Reyes, Julieta Valero, José Luis Gómez Toré, Eva Chinchilla, Álvaro Tato o Elena Medel. 

6.2

Novela

Los temas tratados, las técnicas utilizadas y las tendencias que se desarrollan en estos años son heterogéneos, desde la orientación existencial a la evocación o la reflexión, pasando por la novela histórica, el género policiaco o el relato fantástico. El panorama narrativo español presenta, asimismo, una nómina de autores variada. Junto a nombres consagrados —Cela, Delibes, Torrente Ballester…—, desarrolla su actividad una generación de escritores nacidos alrededor de 1950, influidos por la instauración de la democracia y el mayo francés del 68 más que por la posguerra —Julio Llamazares, Manuel de Lope, Luis Landero, Rosa Montero…— además de narradores tan destacados de la literatura española del siglo XX como Francisco Umbral, Carmen Martín Gaite, Juan Benet, Álvaro Pombo o Juan Goytisolo. En estos años el cuento vive un momento de gran desarrollo, en gran parte por la influencia de autores hispanoamericanos como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Augusto Monterroso, siendo algunos de los escritores españoles que cultivan este género José María Merino, Enrique Vila-Matas o, en sus inicios, Juan Manuel de Padra.
Asimismo, entre los autores importantes de la narrativa actual, sin que ello suponga detrimento para los no nombrados, cabe citar a Mercedes Salisachs, que ha ido desarrollando su carrera literaria durante varias décadas sin perder vigencia; Eduardo Mendoza, que en sus novelas, localizadas casi todas ellas en Barcelona, combina el humor con el misterio y la descripción magistral de personajes; el escritor y periodista Juan José Millás; Juan Eslava Galán; Adelaida García Morales; Arturo Pérez-Reverte, reconocido por sus novelas de misterio con base histórica; Almudena Grandes; Antonio Muñoz Molina, uno de los grandes talentos, autor de novelas como El invierno en Lisboa o Separad; Gustavo Martín Garzo o Javier Marías, autor de una prosa rica y precisa. De los narradores más actuales cabe destacar a Luisa Castro, Suso de Toro, Clara Sánchez, Lucía Etxebarria, el autor de novelas de viajes Javier Reverte, Carlos Ruiz Zafón o la prematuramente desaparecida Dulce Chacón, que dejó un legado literario comprometido con las mujeres, los inmigrantes y los desfavorecidos. Además, el panorama narrativo español continúa incorporando cada día nuevos autores a su nómina, como son Ray Loriga, José Ángel Mañas, Benjamín Prado o Pedro Maestre.
 
6.3

Teatro

Con la llegada de la democracia, el panorama teatral español recupera obras y autores hasta entonces proscritos por la censura; se revitaliza la actividad de ciertos grupos de teatro independiente, como Comediants, La Fura dels Baus o Els Joglars, al tiempo que continúan estrenando con cierta regularidad autores como Antonio Gala. Asimismo, en estos años se desarrolla un teatro social y experimental, cuyo ejemplo más destacado es la obra de Francisco Nieva, a la vez que se representan obras en tono de comedia con gran éxito comercial, como las de Juan José Alonso Millán. Entre los dramaturgos más importantes de esta etapa, destacan, junto a Nieva, José Sanchis Sinisterra, autor de la pieza de carácter histórico ¡Ay, Carmela! (1986); José Luis Alonso de Santos, que revitalizó el género costumbrista con obras como La estanquera de Vallecas (1981), o Fermín Cabal, creador de piezas con gran carga satírica. De los dramaturgos más actuales, merecen ser nombrados, entre otros, Ernesto Caballero, Paloma Pedrero, Yolanda Pallín, Juan Mayorga o Ignacio García May.

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