viernes, 9 de octubre de 2009

LITERATURA RUSA



LITERATURA RUSA

1

Introducción



Literatura rusa, literatura de la gran rama rusa de los pueblos eslavos del Este, escrita en lengua rusa. La literatura rusa pertenece a la corriente principal de las letras europeas, a pesar de que su procedencia y sus poderosas tradiciones la diferencian de las del resto del continente. En distintos momentos ha adoptado formas y temas procedentes de focos culturales exteriores a los límites del territorio ruso, pero estos periodos de dependencia cultural terminaron cuando los escritores rusos comenzaron a reelaborar, siguiendo sus propios impulsos e intereses, los materiales procedentes de otros países. En otras ocasiones, por razones políticas y militares, Rusia quedó fuera, a iniciativa propia o de otros, de los movimientos culturales que estaban teniendo lugar en Europa. A estos periodos siguieron otros de gran esfuerzo por integrarse en el cuerpo principal de la literatura europea.

 
2

Periodo primitivo


A lo largo de toda la edad media, durante el renacimiento y los años inmediatamente posteriores, los rusos desarrollaron sus propias tradiciones literarias, ajenos a las de la Europa occidental.
2.1

Periodo de Kíev

(Siglos X-XIII). Las primeras manifestaciones literarias en Rusia surgieron hacia el siglo IX, cuando los misioneros y eruditos bizantinos, Cirilo y Metodio, escribieron en un dialecto eslavo macedonio que, más tarde, pasaría a llamarse antiguo eslavo eclesiástico. La primera gran época de la civilización rusa comenzó en el año 988, cuando Vladímir I el Grande (véase San Vladimiro), gran príncipe de Kíev, adoptó el cristianismo ortodoxo y abrió el país a la rica herencia bizantina. Durante los 250 años que siguieron a esta decisión, Kíev se convirtió en una gran ciudad, famosa por sus monasterios dedicados al saber y por sus iglesias de estilo bizantino. El antiguo eslavo eclesiástico se utilizó durante varios siglos como lengua literaria, y a ella se tradujeron textos escritos en griego, de carácter religioso y semirreligioso, como liturgias ortodoxas, sermones, vidas de santos y colecciones de máximas.
Los escritores rusos, por lo general monjes o clérigos, llegaron a dominar estas formas literarias importadas y se sirvieron de ellas para producir una literatura propia. Entre las mejores obras que han llegado hasta nosotros hay que mencionar Sermón sobre la ley y la gracia, escrita hacia 1050 por el religioso Hilarión, y la más conocida Profesión de fe, obra quizá de un monje, que intenta ser una historia completa del conjunto de los pueblos eslavos desde sus orígenes míticos hasta el año 1110; en ella, entre pasajes al estilo de rutinarios anales históricos, hay otros en los que informa, en un bello estilo narrativo, de acontecimientos importantes, como la conversión de Vladímir al cristianismo. Una de las obras más extraordinarias de este periodo, Cantar de las huestes del príncipe Ígor (1185), es una conmovedora epopeya en la que un autor anónimo apela a la unidad de los pueblos eslavos contra los invasores nómadas asiáticos.
2.2

Periodo moscovita

(Mitad del siglo XIII-XVII). Los tártaros saquearon Kíev a comienzos del siglo XIII y, hacia 1240, sus hordas ya habían ocupado la mayor parte de Rusia. La dominación tártara se prolongó durante dos siglos, periodo en el cual la cultura rusa sufrió una gran decadencia. Tras la expulsión de los invasores en el siglo XV, Moscú se convirtió en la nueva capital de Rusia. En 1453, cuando el Imperio bizantino cayó en manos de los turcos otomanos, Rusia perdió, por una trágica ironía de la historia, el contacto con la fuente de sus valores culturales originales justo en el momento en que se estaba preparando para reestructurarse políticamente tras haberse liberado de sus opresores. Así, cuando empezaron a llegar las ideas renacentistas, Rusia se encontró con una nueva cultura invasora a la que debía hacer frente, la de la civilización de origen latino procedente de Europa occidental. Esta situación, unida a la pérdida de sus valores culturales a causa de la larga dominación tártara y a la imposibilidad de establecer contacto con la civilización bizantina, suprimida por la invasión turca, quedó claramente reflejada en la autobiografía del religioso Avvakum, La vida del arcipreste Avvakum (1672-1675).
2.3

Periodo petersburgués

(Siglo XVIII). Cuando el aislamiento cultural de Rusia llegó a su fin durante el reinado del zar Pedro I, que en 1713 traslada la capital de Moscú a San Petersburgo, ciudad que siempre había estado más abierta a la cultura europea, los escritores rusos se enfrentaron al problema de adaptar los temas, formas y convenciones de influencia occidental, como el neoclasicismo francés, al ámbito ruso. La poesía de tipo silábico que se utilizaba por entonces en Francia fue imitada, ciegamente al comienzo, por los rusos, pero poco a poco empezaron a comprender que su lengua no estaba hecha para esa versificación. Dos escritores de finales del siglo XVIII, que todavía mantienen su popularidad entre los lectores rusos, son un ejemplo claro de la creciente independencia de la literatura rusa respecto a los modelos foráneos. El autor teatral Denis Fonvizin utilizó muchos recursos procedentes de la literatura neoclásica francesa en sus comedias populares, El brigadier (1786) y El menor de edad (1782), pero concibió a sus personajes a partir de grotescos modelos inequívocamente rusos; por otro lado, el poeta Gavriil Románovich Derzhavin combinó las formas clásicas con un uso muy personal e intensamente lírico de la lengua rusa.
El periodo cultural de la Ilustración tuvo en Rusia a uno de sus principales valedores en la figura del científico, poeta y estudioso de la lengua rusa Mijaíl Vasílievich Lomonósov que, al igual que muchos otros eruditos y escritores, llevó a cabo su producción durante los primeros años del reinado de Catalina II. Tras la Revolución Francesa, sin embargo, Catalina abandonó en gran medida el papel de protectora de los intelectuales que hasta entonces había ejercido. El periodista satírico Nikolái Ivánovich Nóvikov, por ejemplo, fue censurado y posteriormente arrestado, y el liberal Alexandr Nikoláievich Radíshchev, cuya mejor obra, Viaje a San Petersburgo y Moscú (1790) contenía una elocuente llamada a la supresión de las injusticias que emanaban del régimen casi feudal de la Rusia de la época, fue enviado al exilio en Siberia en 1790, y se le obligó a pasar allí los siguientes diez años. Todo esto provocó el inicio de la lucha de los escritores contra la censura gubernamental que habría de marcar la actividad de los ambientes culturales del país durante el siglo XIX, la edad de oro de la literatura rusa.
3

Siglo XIX


3.1

Pushkin y sus contemporáneos

La literatura rusa entró en el periodo más rico de su historia con la obra del poeta y prosista Alexandr Serguéievich Pushkin, que se inspiró en las fuentes del pasado cultural ruso y supo hacer con ello una síntesis con la que creó una lengua nueva que continúa siendo válida incluso en nuestros días. Hombre de amplia cultura, influido por los conceptos de orden y armonía heredados del neoclasicismo francés, se sumó con entusiasmo al romanticismo y durante sus últimos años tendió hacia el naciente realismo que dominaría la literatura de la segunda mitad del siglo XIX. Cultivó la imagen del poeta como figura responsable, galante y dedicada por completo al arte y a la exaltación del pueblo.
Su amplia producción lírica abunda en reflexiones, hechas a partir de sus ricas experiencias personales, en temas como el amor, la naturaleza, el bien y el mal, el tiempo, el destino y la muerte. En su tragedia histórica Borís Godunov (1831) se acerca a un estilo próximo al de Shakespeare. Su obra narrativa más interesante es la novela en verso Eugene Onegin (1823-1831), considerada como una obra maestra, en la que describe las consecuencias fatales que conlleva el hastío del joven protagonista sobre sí mismo y sobre los que le rodean. Las partes narrativas están intercaladas con interludios líricos, descripciones de la naturaleza, comentarios sociales y discusiones acerca de la naturaleza de la poesía, que enriquecen enormemente la obra. En su concisa estructura, el narrador demuestra ironía, ingenio, inteligencia y una profunda emoción, unidos a un extraordinario virtuosismo. Cuando retornó a la prosa, su austero sentido del orden y la armonía dieron como resultado un lúcido y expresivo estilo que tendría una enorme influencia en la narrativa rusa posterior.
Su ingenio irreverente y su apasionado amor a la libertad le llevaron a constantes enfrentamientos con el régimen del zar Nicolás I, que no sólo sometió al autor a un continuo acoso y vigilancia, sino que, además, supervisó personalmente su trabajo. A su muerte, Pushkin fue llorado por millones de rusos, que le consideraron como el más importante poeta del país, opinión que todavía sigue en pie.
Entre los más destacados escritores de esta época figuran el brillante fabulista Iván Andréievich Krilov y el dramaturgo Alexandr Serguéievich Griboiédov, autor de la famosa comedia social El mal de la razón (1825). Ambos escribieron en verso. El segundo creó una amplia galería de personajes que se convirtieron en proverbiales, los más citados de la lengua rusa. Después de unos años, Pushkin encontró sucesor en el poeta y novelista Mijaíl Yúrievich Lérmontov, un brillante y atormentado escritor que llegó a convertirse en la voz más auténtica de un muy particular modo de entender el romanticismo. Sus oscuras e intensas descripciones, tanto en poemas líricos como narrativos, muy próximas a la agitada sensibilidad que caracterizó la vida y la obra del poeta romántico inglés lord Byron, resultan únicos por su fuerza y profundidad. Su obra más conocida es la novela Un héroe de nuestro tiempo (1840), un análisis de su vida, de sus valores y de su propia rebeldía. Poco antes de morir retornó a la prosa y anticipó la dirección que tomaría la literatura rusa durante los años siguientes. En esta creciente preferencia rusa por la prosa en detrimento de la poesía hay dos excepciones sobresalientes, las de los poetas Afanasi Afanásievich Fet y Fiódor Ivánovich Tíutchev.
La novela, el cuento y el teatro en prosa fueron las formas preferidas por los escritores de este fértil periodo de la literatura. Cada uno de ellos hizo un uso particular de estas formas y desarrolló su propio estilo y sus propios temas. Sin embargo, algunas observaciones generales sí resultan válidas a la hora de estudiar la producción literaria de esos años dorados que van de 1840 a 1880. El término realismo, que generalmente se aplica a estas obras, indica que los escritores se basaron en la vida cotidiana de las gentes de su época, que intentaron alcanzar veracidad en las recreaciones de la experiencia y que concebían sus obras como instrumentos para explorar importantes cuestiones relacionadas con la posición del ser humano en el universo. Todos ellos eran, asimismo, víctimas de las tensiones generadas por la endémica crisis social que padecía el país. Fueron conscientes del desorden moral y la injusticia social que les rodeaba, y tuvieron que enfrentarse tanto a la represión de la censura gubernamental como a la presión que ejercían críticos literarios radicales como Vissarion Grigórievich Belinski, Nikolái Gavrílovich Chernishevski o Nikolái Alexándrovich Dobróliubov, que llamaban a los escritores a utilizar su arte para reclamar programas urgentes de reforma social. Cada uno se adaptó de un modo más o menos personal a la situación, aunque la mayoría coincidió en la idea de que su arte no era ni una actividad cerrada y autosuficiente, ni algo que pudiera ser controlado por autoridades extraliterarias. La inteligencia moral soberana del escritor constituyó la base de la autonomía y la integridad de la gran literatura rusa del siglo XIX.
3.2

Gógol

El novelista y dramaturgo Nikolái Vasílievich Gógol, el primer escritor en prosa realmente destacable de la literatura rusa, sucumbió a una mesiánica apelación a la mejora de la condición moral de su pueblo. Expresó el solemne sentido de su misión a través de un tipo de cómicas y extrañas hipérboles que han permanecido como ejemplos indelebles de su inventiva y su lunática energía. El modo grotesco y detallado en que describió la codicia, la pereza, la corrupción y la miseria moral de sus compatriotas alcanzaron la máxima expresión en su excelente relato El capote (1842) y en la obra teatral El inspector (1836). Su obra más conocida, la novela Las almas muertas (1842), se centra en las actividades de un estafador que opera con las posesiones de personas muertas que no han sido dadas de baja en los censos de sus lugares de origen y que, por lo tanto, están legalmente vivas. El autor aprovecha este argumento para retratar un inmenso paisaje moral en el que se mezclan el desorden, la pompa absurda y las nefastas consecuencias del ingenio puesto al servicio de la codicia.
3.3

Turguéniev

La narrativa rusa alcanzó su apogeo a lo largo de las tres décadas que siguieron a la muerte de Gógol, acaecida en 1852. La figura del novelista y autor de relatos breves, Iván Serguéievich Turguéniev, un hombre de letras de amplia cultura, se yergue en el centro de esta época. Amigo de los más destacados artistas y escritores de su tiempo, tanto de su país como de la Europa occidental, favoreció la introducción de la cultura europea en la rusa. Cada una de sus novelas principales se desarrolla a partir de un esquema dramático extremadamente compacto y centrado, por lo general, en la búsqueda por parte del personaje principal de la felicidad, el amor y la realización a través de un trabajo satisfactorio o de las tres cosas al mismo tiempo. En todas ellas, sin embargo, una flaqueza de carácter impide al protagonista cumplir sus aspiraciones, fracaso que se acentúa con el sentimiento del paso inexorable del tiempo. Así, el protagonista de su mejor novela, Padres e hijos (1862), es un joven de ideas radicales cuyos doctrinarios puntos de vista son totalmente inadecuados a sus necesidades emocionales. A pesar de las intenciones del autor, el libro se interpretó como un ataque contra los reformadores políticos más radicales del momento.
3.4

Tolstói

Novelista, filósofo moral y social, y conde, Liev Nikoláievich Tolstói fue un hombre de intereses variados pero unificados por sus esfuerzos para descubrir y propagar verdades esenciales sobre la naturaleza de la existencia humana. Su novela realista Guerra y paz (1865-1869) es una visión épica de la invasión de Rusia por Napoleón en 1812, en la cual se interroga acerca del problema del significado y la naturaleza de la historia y la posición del ser humano como centro de la misma, una de las diversas ideas unificadoras de la novela. El tema central, la historia de varias familias rusas cuyos complejos destinos parecen abarcar todas las posibilidades de la existencia humana, va más allá de la mera descripción de un panorama histórico concreto.
En Ana Karénina (1875-1877), Tolstói llevó a cabo una doble narración en la que presentaba dos soluciones opuestas a los problemas ligados a las costumbres sociales y a la vida familiar. Así, una de las partes de esta novela se centra en la trágica historia de un amor ilícito, una de las más intensas de toda la historia de la literatura universal, mientras que en la otra presenta el relativo triunfo de un hombre, que se asemeja al autor en muchos aspectos, en su búsqueda de la felicidad en una vida basada en valores como el matrimonio, la familia, el trabajo, la naturaleza y Dios, unidos en un armonioso conjunto.
Hacia el final de su vida, Tolstói dirigió sus inagotables energías hacia la consolidación de su nuevo papel como crítico social y profeta de un nuevo orden, aunque retornó ocasionalmente a la literatura. Fruto de estos esporádicos retornos fue la novela Resurrección (1899-1901).
3.5

Dostoievski

Los críticos se refieren a menudo a la 'iluminada' racionalidad que inunda la obra de Tolstói. En cambio, al novelista Fiódor Mijáilovich Dostoievski se refieren en términos completamente opuestos, pues fue un autor cuya obra discurrió siempre por los terrenos de lo irracional, exploró las profundidades de las experiencias más dispares y encontró sus situaciones dramáticas en los extremos del comportamiento humano, como el asesinato, la rebelión y la blasfemia. En su extraordinaria novela Crimen y castigo (1866) describe a un asesino que comete sus crímenes movido por una serie de complejos motivos y que, por fin, tras terribles sufrimientos, se reconcilia con un mundo imperfecto. En El idiota (1868-1869), un personaje llamado príncipe Mishkin, que guarda gran semejanza con Jesucristo, se sumerge en la violencia cotidiana de la Rusia de su tiempo y demuestra su completa incapacidad, como hombre y como santo, para resistir a las destructivas pasiones que salen a su encuentro. En Los endemoniados (1871-1872) dirige un feroz ataque contra los distintos grupos y facciones de la órbita radical de su país y, al tratar a su figura central, Stavrogín, supera estas consideraciones para acercarse a los límites extremos del conocimiento humano del bien y el mal. En Los hermanos Karamazov (1880) los tres hermanos protagonistas, Iván (un intelectual rebelde contra la ley de Dios), Dimitri (poseído por una pasión terrenal) y Aliocha (ejemplo de la dedicación cristiana al servicio abnegado) representan, en conjunto, una especie de retrato de toda la especie humana. En el transcurso de la novela el padre de los tres hermanos es asesinado, hecho que parece representar la culpa que arrastran todos los seres humanos y sus esperanzas de salvación.
3.6

Goncharov y otros

Dostoievski murió en 1881, Turguéniev en 1882 y, por entonces, Tolstói había abandonado formalmente la literatura. Aunque las figuras de estos tres soberbios escritores habían dominado este periodo, existieron otros autores menos importantes que, no obstante, contribuyeron con interesantes obras a hacer de ésta la edad dorada de la literatura rusa. Así, el novelista Iván Alexándrovich Goncharov, autor de Oblomov (1859), combinó agudas observaciones de la realidad social con elementos doctrinarios y míticos consiguiendo sorprendentes resultados, mientras que N. Shchedrin (seudónimo de Mijaíl Yevgráfovich Saltikov, 1826-1889) describió la sociedad rusa de un modo satírico y mordaz, como se puede comprobar en Historia de una ciudad (1869-1870); en Los señores Golovliev (1876), una destacable novela que describe el sufrimiento psicológico y la decadencia moral de una familia, invierte los valores convencionales y la visión adoctrinadora cultivada por Turguéniev, Tolstói y otros. En Historia de una familia rusa (1846-1856), Serguei Timoféievich Axakov retrató con gran sensibilidad la vida familiar de la alta burguesía rusa, tratamiento que influyó sobre muchos autores posteriores.
El novelista y autor de relatos breves Nikolái Semiónovich Léskov exploró otros aspectos de la sociedad y la mentalidad rusas, como las vidas y costumbres de los comerciantes y la imaginación popular en los relatos “Lady Macbeth del distrito de Mtsensk” (1866) y “El viajero encantado” (1873), y describió al clero rural en la novela Los parroquianos o Los curas de Stargorod (1872). Por otro lado, Alexandr Nikoláievich Ostrovski contribuyó de modo definitivo al establecimiento de un repertorio teatral ruso con El huracán (1860) y otras obras centradas en la vida de la clase media.
3.7

Realistas, simbolistas y otros escritores de finales del siglo XIX

La corriente de realismo social que surgió con Turguéniev y Tolstói continuó desarrollándose durante las dos últimas décadas del siglo XIX y se extendió hasta la época de la I Guerra Mundial y las dos revoluciones de 1917, aunque ya en un modo bastante débil y alterado.
En la obra del dramaturgo y autor de relatos breves Antón Pavlovich Chéjov, el realismo en prosa se convirtió en un medio refinado para reproducir el tono y textura coloquiales de la vida cotidiana. Chéjov se centró en describir las circunstancias particulares de cada vida humana con una prosa bella y controlada que se distingue por la alternancia de pensamientos formulados con una gran precisión y renuncia a las abstracciones, doctrinas y preocupaciones metafísicas y religiosas de la generación anterior. A menudo, esta aproximación a las vidas concretas termina en el descubrimiento, por parte del personaje central, del insuperable abismo que se extiende entre sus aspiraciones y su situación actual o entre la imagen que tiene de sí mismo y cómo le ven los demás. Banalidad, trivialidad, soledad y desamor aparecen constantemente como elementos esenciales de las vidas que el autor somete a análisis, mientras que la ironía, la piedad o el rechazo son los sentimientos que predominan en sus comentarios acerca de sus personajes. La tensión dramática en La gaviota (1896), El tío Vania (1899), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904) se genera por la inactividad de los personajes, por sus deseos no expresados o por las peticiones sin respuesta que formulan a la vida.
Otros escritores rusos de finales del siglo XIX se agruparon en un complejo movimiento cuyo denominador común fue el rechazo total de los valores estéticos y de la práctica literaria de la época inmediatamente anterior. En este movimiento la poesía reemplazó a la prosa, la intuición a la razón y las hipótesis trascendentales sobre la naturaleza y la realidad última a la creencia de los escritores realistas en que la experiencia puede ser conocida, sometida a razonamiento y ordenada por la evidencia de los sentidos y por medio de una prosa clara y analítica. La sociedad y sus problemas fueron sustituidos como escenarios donde encontrar verdades esenciales por los problemas eternos de la existencia concebidos de forma mística, por realidades que se encuentran más allá de la conciencia humana. El movimiento se inspiró en el resurgimiento, hacia la mitad del siglo, de las ideas y actitudes románticas en toda la Europa occidental, y en especial en el simbolismo francés, del que tomó su denominación general, a pesar de que los artistas rusos supieron crear una síntesis propia y original entre todos los elementos que manejaron, a la vez que aportaron una gran variedad de ideas al movimiento.
Los especialistas han denominado 'idealista' a la fase filosófica del movimiento, para resaltar el repudio, común a todos sus miembros, de los fundamentos materialistas de la filosofía científica de la época. A partir de este punto de vista común, cada autor formuló a su manera ideas místicas y teológicas. Así, Vladimir Serguéievich Soloviov trató a lo largo de su obra de alcanzar una síntesis sistemática de sus ideas sobre lo humano, lo natural y lo sobrenatural, mientras Vasili Vasiliévich Rozánov, adoptó posturas críticas hacia el cristianismo, al que consideraba demasiado alejado de su concepción naturalista de la religión. Los textos filosóficos de Viacheslav Ivánovich Ivánov tendieron a redefinir ciertas ideas religiosas ortodoxas de un modo similar al que adoptó Dostoievski para renovar las ideas cristianas añadiéndoles aspectos extáticos. Numerosas figuras, entre las que se cabe citar a Liev Shéstov (seudónimo de Liev Isaákovich Schwarzman, 1866-1938) y Nikolái Alexándrovich Berdiáiev, contribuyeron con formulas originales de carácter similar al fermento intelectual del periodo prerrevolucionario. Ninguno de estos autores, a pesar de la importancia de su obra en la apertura de la literatura rusa a movimientos excéntricos o esotéricos como el ocultismo, la teosofía o la antroposofía, tuvo un papel destacado en el desarrollo de la filosofía europea, y apenas han sido conocidos y estimados en los círculos culturales occidentales.
4

Siglo XX


A comienzos del siglo XX, un número considerable de escritores rusos, entre los cuales se encontraban Alexandr Alexándrovich Blok, Valeri Yakóvlevich Briúsov, Konstantín Dmitriévich Balmont, Borís Nikoláievich Bugaíev y Zinaida Nikolaievna Gippius, dedicaron gran parte de sus energías creativas a la poesía. Blok es la figura más destacada de este amplio grupo. Su imaginación, liberada de las convenciones sociales y morales vigentes, y de la visión científica que marcó la época, construyó un universo poético de un alcance y de una intensidad de sentimientos pocas veces igualado en la historia de la poesía. Su vocabulario poético, que remite a lo cósmico, lo angélico y lo demoniaco, es la expresión de las pasiones, anhelos y miedos más humanos. A pesar de su habilidad para adentrar al lector en universos distintos al de la realidad cotidiana, no perdió nunca el contacto con ésta, y poco después de la Revolución Rusa produjo uno de sus mejores poemas, Los doce (1918), una descripción viva y poderosa de las aventuras de un batallón del Ejército Rojo encabezado, como se descubre en sus últimos versos, por el mismísimo Jesucristo.
Los escritores simbolistas cultivaron tanto la prosa como el verso, e insistieron de modo particular en alterar las propiedades tradicionales de la novela. Así, el poeta, novelista y crítico literario Dimitri Serguéievich Merezhkovski dejó de lado el presente ruso para dedicarse por completo a escribir estudios históricos, mientras que Fiódor Sologub (seudónimo de Fiódor Kuzmich Tetérnikov, 1863-1927) evocó la acción de las fuerzas sobrenaturales bajo la apariencia de lo cotidiano en la novela El pequeño demonio (1907) y en sus muchos relatos breves.
Numerosos escritores trabajaron alejados de cualquier escuela o movimiento. El dramaturgo y autor de relatos cortos Leonid Nikoláievich Yréyev y el novelista Alexandr Ivanóvich Kuprin aportaron obras muy personales a la prosa rusa. El poeta y novelista Iván Alexéievich Bunín, el primer escritor ruso que recibió el Premio Nobel de Literatura (1933), trabajó fundamentalmente la prosa breve, al igual que lo hicieron muchos de sus contemporáneos. Sus narraciones poéticas sobre la última generación de la alta burguesía rusa están marcadas por una punzante ironía psicológica y la conmovedora nostalgia por una forma de vida ya desaparecida para siempre en su país.
4.1

Gorki

El novelista, dramaturgo y ensayista Maksim Gorki consiguió una personal síntesis literaria a partir de sus experiencias como vagabundo en la región del río Volga, entre la tradición clásica heredada de Tolstói y Chéjov y los movimientos políticos revolucionarios a los que estuvo ligado de modo intermitente durante la mayor parte de su vida. En Occidente es más conocido por sus primeros relatos breves, su autobiografía en tres tomos, su obra teatral sobre los desheredados sociales Los bajos fondos (1902) y sus obras con reminiscencias de Tolstói, Chéjov y Yréyev, mientras que los críticos soviéticos valoran sus contribuciones de tipo político, como la novela revolucionaria La madre (1907) y el ciclo de novelas La vida de Klim Samgin (1927-1936), en las que ataca a la intelligentsia, y le alaban como fundador del realismo socialista.
4.2

Periodo posrevolucionario

(1922-1929). Durante el periodo de relativa calma que siguió a la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas muchos escritores y críticos literarios defendieron la idea de que su principal misión era la de crear nuevas formas de arte apropiadas para la época que estaba abriéndose ante ellos. Así, en la década de 1920, surgió una nueva escuela de pensamiento, inspirada por la idea de que una nueva cultura proletaria reemplazaría a las formas heredadas del pasado, para lo cual se debería utilizar la literatura como elemento de concienciación y cambio. Los escritores futuristas, encabezados por el poeta Vladímir Vladimírovich Maiakovski, propusieron un drástico cambio de las formas, imágenes literarias y de la textura misma del lenguaje. Otro grupo más conservador, conocido como los Hermanos Serapion, prefirieron mantenerse más fieles a las tradiciones clásicas rusas, defendiendo la literatura como actividad autónoma.
Maiakovski llevó el espíritu de experimentación a niveles muy altos. Maestro de la declamación hiperbólica y de un nuevo lenguaje vivaz y basado en el habla vulgar, se constituyó en el mejor guía de las inmensas energías que se habían liberado tras la revolución. Un humor ardiente, una mordacidad satírica y un torrente de declaraciones comprometidas, aunque no serviles, de lealtad al régimen soviético caracterizan lo mejor de sus poemas y obras teatrales. Su voz privada, en cambio, que es la de una persona sensible y hasta vulnerable, se ha dejado entrever en muchos de sus primeros poemas, incluso bajo la bravuconería del famoso “La nube en pantalones” (1915). Maiakovski se suicidó en 1930. La nota que dejó tras su suicidio transmite la sensación de que la tensión entre su vida pública y su vida privada terminó por dañar su talento poético y hacerle imposible la existencia.
A pesar de que el refinado intelectualismo del mundo artístico prerrevolucionario ya no tenía cabida dentro de la nueva atmósfera proletaria, algunos poetas aislados, herederos de la gran cultura literaria del periodo inmediatamente anterior, continuaron escribiendo. Así, Borís Leonídovich Pasternak se convirtió en una de las voces poéticas más personales de esa época y, a través de sus poemas líricos y narrativos, exploró el acto de la percepción al estilo del poeta estadounidense Wallace Stevens. Anna Ajmátova y Ósip Emílievich Mandelstam, ambos asociados al grupo acmeísta surgido en el periodo prerrevolucionario, alcanzaron, a pesar de las dificultades, cierta celebridad bajo el nuevo régimen soviético. Ajmátova no publicó nada entre comienzos de la década de 1920 y los años de la II Guerra Mundial, y fue expulsada de la Unión de Escritores en 1946, mientras que Mandelstam fue arrestado en la década de 1930 y murió en un campo de concentración de Siberia durante la guerra. Marina Tsvétaeva, poeta de obra muy original, regresó en 1939 de su exilio en París, pero en 1941 se suicidó.
La narrativa soviética de esta época se caracterizó por la enorme dificultad que encontraron los escritores a la hora de describir la revolución y la posterior guerra civil. Estos hechos, marcados por el caos de la vida pública y privada, por el colapso de las instituciones y la implacable hostilidad entre los dos bandos en que se dividió la nación, sobrepasaron los niveles de equilibrio que requieren las formas literarias. Una de las novelas más populares de este periodo, Chapáiev (1932), de Dimitri Furmánov, ofrece una transcripción directa de acontecimientos tanto personales como históricos, inspirados por una disciplina política y militar: un comisario político logra domar al legendario héroe guerrillero Chapáiev, y le hace trabajar para los austeros ideales de la revolución. Esta combinación de realismo literario y didacticismo político se convirtió en la tónica dominante de la narrativa soviética. Chapáiev pasó a ser admirado como uno de los primeros documentos del llamado realismo socialista que clamó por la presentación de las relaciones humanas fundamentalmente bajo su aspecto político, y que se convertiría en la doctrina artística oficial de la Unión Soviética a partir de 1934.
Justamente en el otro extremo del espectro artístico se sitúan las historias breves de IsaaK E. Bábel, recogidas en Caballería roja (1929). En ellas, cada uno de los acontecimientos, tomados del propio diario del autor, se convierte en una historia perfecta que habla, sin moralizar, de las irónicas discrepancias y las sorprendentes analogías entre hechos y gentes del pueblo en los años de la guerra civil, aunque sin pasar por alto conflictos humanos como la violencia, la traición, el amor y la muerte. Numerosas novelas de otros escritores tienen puntos en común con la obra de Babel, y muestran distintos grados de originalidad a la hora de resolver los problemas sociales y estéticos del momento. Entre ellas destacan Las ciudades y los años (1922) de Konstantin Alexándrovich Fedin, Los tejones (1925) de Leonid Maxímovich Leónov, y La derrota (1927) de Alexandr Alexándrovich Fadéiev.
En el periodo inmediatamente posterior a la guerra se escribieron pocas novelas, aunque el resurgir del comercio privado durante esos años creó una atmósfera particularmente vulnerable a la sátira. La curiosa combinación que se dio entre ardor revolucionario y afanes comerciales quedó reflejada en novelas como Los disipadores (1926) de Valentin Petróvich Katáiev, en los ácidos relatos cortos y apuntes de Mijáil Zoshchenko, así como en la satírica Las doce sillas (1928) y su secuela El becerro de oro (1931) de Ilia Arnoldóvich Ilf y Yevgeni Petróvich Pétrov. Una novela seria, El ladrón (1927) de Leónov, rastreó los complicados movimientos de un soldado rojo decepcionado a través del caótico mundo de la década de 1920 y de su sentimiento de culpa, que le lleva a una definitiva reconciliación con Rusia y su revolución.
4.3

Realismo socialista

(1930-1953). En 1929, con el comienzo del primer plan quinquenal, llegó a su fin la tolerancia oficial hacia los escritos, periódicos y escuelas literarias. Un único aparato administrativo, la Asociación Rusa de Escritores Proletarios, sería quien se encargaría a partir de entonces de establecer el control político sobre toda la actividad literaria, en conformidad con las doctrinas comunistas, de modo que los severos juicios políticos fueron sustituyendo a las críticas estrictamente literarias y los escritores se vieron sometidos a grandes presiones para que se adaptaran al régimen imperante. El resultado de esta presión fue, por lo general, un tipo de melodrama en el que solamente existían el blanco y el negro, ambientado en una fábrica en construcción o en un pueblo reticente a las colectivizaciones, pero que acaba aceptándolas convencido por los esfuerzos dialécticos de los miembros del partido. Los mejores escritores trataron de adaptarse a estas fórmulas, Leónov, por ejemplo, escribió dos novelas en respuesta a las demandas sociales, El río Sot (1930) y Skutarevski (1932). Mijaíl Alexándrovich Shólojov, excepcional novelista, escribió la más persuasiva descripción de la crisis agrícola, Campos roturados (1932).
La Asociación Rusa de Escritores Proletarios fue disuelta en 1932 y sustituida por la Unión de Escritores Soviéticos. El festival que habría de inaugurar la nueva época, el Primer Congreso de los Escritores Soviéticos (1934), parecía auspiciar una nueva atmósfera de tolerancia. En el discurso de apertura, sin embargo, un miembro del Politburó, Yrei Alexándrovich Zhdánov, definió la nueva doctrina literaria, el realismo socialista, y anunció que un sistema de controles ajustables, sutil y omnicomprensivo, vendría a reemplazar a la cruda coacción de la anterior asociación, lo cual vino a significar que el aparato del partido y sus doctrinas controlarían la imaginación literaria rusa hasta el colapso del sistema comunista.
Dos novelas escaparon a la mediocridad generalizada de la producción literaria entre 1934 y 1939: Leónov permaneció, de nuevo, dentro de los límites de las fórmulas propuestas por el partido en Hacia el océano (1935), pero consiguió edificar en ella una historia de gran complejidad narrativa y alto contenido filosófico en su retrato del universo espiritual de un comisario político moribundo; la novela en cuatro volúmenes de Shólojov, El Don apacible (1928-1940), considerada por lo general como la obra maestra en prosa de la época soviética, transgrede algunas de las prescripciones oficiales básicas. Las confusas idas y venidas del cosaco protagonista en busca de una verdad moral viable a través del caos de la revolución y de la guerra civil terminan por comprometerle con las dos facciones políticas y, separado violentamente de las certezas de su vida en medio de la naturaleza, se encamina hacia un trágico final al estilo clásico.
Durante la II Guerra Mundial los escritores contribuyeron al esfuerzo bélico soviético como corresponsales de guerra o propagandistas. La escasa obra narrativa de esos años insiste en temas clásicos de las épocas de guerra, el amor, la fraternidad, el sufrimiento y la separación. Konstantin Simónov, por ejemplo, escribió una obra teatral, El pueblo ruso (1942), una novela, Días y noches (1944), y un libro de poesía lírica popular, mientras que Leónov produjo una obra teatral, Invasión (1942), que sigue planteando su preocupación por el espíritu soviético durante la guerra y enfrentándose a la ocupación enemiga.
4.4

De la muerte de Stalin a la disolución de la URSS

(1953-1991). A la muerte de Iósiv Stalin, en 1953, pareció producirse una cierta apertura que se manifestó en debates críticos y en la publicación de algunas novelas poco convencionales, como El deshielo (1954) de Iliá Grigórievich Ehrenburg (en la que se cuestionaban importantes aspectos de la vida en la Unión Soviética); pero sin alcanzar la talla de la literatura rusa anterior. Durante este periodo se prohibieron muchas obras, por lo que numerosos e interesantes autores de relatos cortos, que cultivaban un estilo más o menos análogo al de Chéjov, eliminaron o redujeron significativamente los contenidos políticos de sus obras, a la vez que escogieron como tema los dramas de las vidas de las gentes de los rincones más apartados del país.
El famoso poeta Yevgueni Alexándrovich Yevtushenko volvió a inyectar cierta pasión a una moribunda tradición poética y su contemporáneo Andrei Voznesenski aportó vitalidad al lenguaje poético; utilizó recursos como la metáfora y el ritmo para dar respuesta a las demandas del mundo contemporáneo con una voz genuina y refrescante. Los frecuentes conflictos entre estos escritores y el aparato político-literario, no obstante, evidencian las limitaciones, respecto a la forma y el contenido, que aún permanecían en vigor durante aquellos años. Hasta la llegada de la glasnost ('apertura') a finales de la década de 1980, las obras más interesantes de la literatura rusa no se publicaron en la URSS, sino que sus manuscritos circularon clandestinamente o fueron publicados en otros países.
El editor italiano Feltrinelli publicó por primera vez El doctor Zhivago (1957), de Borís Pasternak, en italiano y desde este idioma se hicieron las traducciones que se publicaron en otros países. No fue sino hasta 1987 cuando pudo leerse en ruso. El doctor Zhivago, que narra la historia del viaje de un solitario individualista a través del caos de la guerra civil en busca de una experiencia auténticamente humana, restablece muchos de los temas tradicionales de los escritores del siglo XIX y cuestiona los resultados de la sociedad marxista. En 1958 se le concedió el Premio Nobel de Literatura a su autor, quien, sometido a poderosas presiones oficiales, no lo aceptó.
El único recurso que les quedaba a muchos escritores soviéticos era publicar sus obras en el extranjero. A comienzos de la década de 1960, el ya conocido crítico y erudito Andrei Siniavski publicó una sucesión de brillantes obras bajo el seudónimo de Abram Tertz, entre ellas se encontraba un artículo salvajemente irónico titulado “¿Qué es el realismo socialista?”, en el que atacaba los fundamentos intelectuales de esa doctrina, además de una serie de historias fantásticas y una colección de sombrías meditaciones filosóficas en las cuales hizo pública su fe católica. En 1966 fue condenado, junto con otro escritor, Yuli Markóvich Daniel, a trabajos forzados por difamar a la Unión Soviética.
Vladimir Nabokov, uno de los más ilustres representantes de los escritores emigrados de Rusia, huyó con su familia de la URSS en 1919. Estudió en Europa y se nacionalizó estadounidense en 1945. Escribió sus primeras obras en ruso, pero las más importantes las compuso en inglés: Lolita (1955), Pálido fuego (1962), Habla memoria (1966), Ada o el ardor (1969) o Una belleza rusa y otros relatos (1973).
El conocido novelista Alexandr Solzhenitsin traspasó a menudo la línea que separaba lo permitido de lo prohibido. En 1963, como consecuencia de una intervención personal de Nikita Serguéievich Jruschov, pudo publicar su novela breve Un día en la vida de Iván Denísovich, que trata de su experiencia en los campos de concentración, aunque sus dos novelas más importantes, El primer círculo (1968) y El pabellón del cáncer (1968-1969), no se salvaron de la censura en su país y, en contra de la voluntad de su autor, se publicaron más tarde en Occidente. La narrativa de Solzhenitsin recapitula su propia vida, primero como veterano del Ejército y, después, como condenado en los campos de concentración de su país y víctima del cáncer. Su versión literaria de estas experiencias constituyó una llamada profética a la purificación moral de su tierra, y una vuelta a un socialismo ético y a un mundo en el que prevalecieran la verdad y la decencia. Sus protestas contra la censura, contra su propia expulsión de la Unión de Escritores y contra la práctica de confinar a los intelectuales disidentes en sanatorios mentales, constituyeron algunos de los compromisos morales de toda su obra narrativa. Solzhenitsin vivió en Estados Unidos y regresó a Rusia en 1994. Posteriormente decidiría vivir en Suecia. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1970, gesto que el gobierno y la Unión de Escritores Soviéticos condenaron con dureza.
El término samizdat (‘literatura autoeditada’) se aplicó repetidamente durante el periodo posestalinista a las obras de Mijaíl Bulgákov. En 1928 comenzó a escribir su novela más importante El maestro y Margarita, una sátira del gobierno, pero no pudo publicarla en la URSS hasta 1967, y aún así en una versión muy recortada. También fue autoeditada la conmovedora obra del poeta Joseph Brodsky y de muchos otros escritores y pensadores. Brodsky, después de ser expulsado de la Unión Soviética, viajó a Estados Unidos en 1972. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1987 y el nombramiento de poeta laureado de Estados Unidos en 1991. Entre sus obras cabe citar Parada en el desierto (1970) y Elegías romanas (1983).
Otro escritor disidente, Valerii Tarsis, al que se le permitió abandonar el país y trasladarse a Suiza en 1966, plasmó sus satíricos ataques al régimen soviético en novelas como La botella azul (1963). Escribió, además, Sala 7 (1965), una obra de carácter autobiográfico basada en sus propias experiencias en un psiquiátrico, y La fábrica de placer (1967), una ingeniosa historia sobre los habitantes de la región del mar Negro. Estas obras ilegales contribuyeron a preservar las mejores tradiciones de la literatura rusa hasta que el colapso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y la disolución del Estado soviético en 1991 inauguraron una nueva época para los escritores rusos.



4 comentarios:

Anónimo | 16 de octubre de 2009, 13:19

aquí vemos el explemdor de un cultura en la cual los avatares de la historia no pudieron mitigar la voz del artista, recomiendo leer :crimen y castigo de fiodor

Unknown | 11 de agosto de 2013, 20:43

excelente trabajo gracias ! C:

Stefany Loren | 19 de junio de 2014, 16:06

Excelente!

Anónimo | 31 de enero de 2022, 23:33

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